DON ARMANDO EL GRAN CHUQUI: ENSEÑANZAS DE NAVEGANTE
C omo si los gemidos del alma golpearan fuertemente las puertas del corazón impidiéndome respirar, así me sentí luego de volver del velorio de don Arman, cuando traté de escribir algo en su memoria. "Murió, en el amanecer de ayer, don Arman", me comunicó mi hermana en casa cuando volví del trabajo. No creí, sabía de su edad, pero también de su fortaleza, pues no hacía mucho que había estado en Chiquián para la fiesta de Santa Rosa (Agosto) y también en la fiesta de San Francisco (Octubre), los dos patrones de Espejito de Cielo su tierra, el hogar de sus hijos, de su esposa Jeshu y de sus peripecias de joven trabajador, arriesgado y luchador. El gran Chuqui se fue en su último viaje, padre de nuestros queridos amigos, Nalo, Felipe, Mirtha, Caty y Edi. No me pregunten cómo ocurrió, bastaba verlo yerto en su ataúd, para imaginar que murió, soñando, descansando, quién sabe hablándole a su esposa, que le reclamaba su compañía, hacía buen tiempo. "Cumplió sus deseos de morir d