AL ABRIGO DEL ALBA Y LA PLUMA
Las flores se abren con el sol y se repliegan en la
oscuridad. ¿Es magia o es naturaleza? No lo sé. Solo sé que ocurre.
Hoy es sábado. Son las seis de la mañana y, como
otras veces, llego al prado interior donde no hay sombras ni brumas de
intranquilidad. Solo habita la placidez de pensar en lo que me mueve.
Recuerdo aquellos años de horarios fijos, cuando el
viernes a las cuatro de la tarde cerraba la jornada. Entonces venía el
descanso: brindar con amigos al salir del trabajo, practicar deporte desde
temprano o, de vez en cuando, asistir a alguna fiesta. Era otra etapa, otro
modo de vivir los fines de semana.
¡Cómo cambian los tiempos! Hoy, con setenta años a
cuestas, la motivación ha mutado. Los viernes por la tarde o noche ya no son de
algarabía, sino de café y contemplación. Me siento frente al océano, dejo que
las olas hablen y rescato de ellas pensamientos, reflexiones o versos. Y los
sábados —como hoy— me levanto temprano, cuando aún duerme el mundo, para
escribir lo que la mente decida sin apuro ni censura.
En este otoño de la vida, llega el tiempo de
comunicar lo que brota de las profundidades. Es mi nuevo deporte, una necesidad
interior, una alegría compartida con el papel.
Los
hábitos se vuelven creencias, y las creencias delinean nuestras acciones. Así,
quien madruga tiene tiempo para saludar al silencio creador, y juntos viajar
—sin límites— al pasado, al futuro, a Júpiter o al origen mismo del Big Bang.
Nada es imposible ni lejano para el viaje sideral de la mente.
En ese prado mental, extenso y suave, la pluma se
desliza como un bailarín de ballet sobre un pentagrama celestial. Y entonces
surge un tema que me ronda: el trabajo exigente después de cumplir 70 años.
El mensaje llega claro: “No es tiempo de esfuerzos esclavistas, es tiempo de
reflexión refrescante”.
El
mensajero continúa: “Entiendo que, aun tras tu reciente jubilación, arrastras
el hábito de conseguir dinero mediante el trabajo. Tal vez aún sientas apego a
que alguien te diga qué hacer, a tener un jefe, una rutina”.
Y es
cierto. Por eso acepté nuevamente un trabajo exigente, pero pagado.
No resulta
sencillo comprender que el ahorro acumulado en el banco puede pagar tu salario.
Será una suma menor, pero suficiente para las necesidades reales que tienes. Por
tanto, no hace falta ocultarse tras el trabajo para sobrevivir. Es hora, más
bien, de mirar de frente a la serenidad mental y cortar la vieja costumbre de vivir para el trabajo.
Nada es tan motivante como repasar lo mejor de tu
baúl (de recuerdos) cuando se inicia el día. Hoy, casualmente, hablo del
trabajo porque hace 21 días asumí un nuevo reto laboral por tres meses. Y con
él, volvió la rutina (vivir para el trabajo): alta tensión, horarios que no distinguen
sábados ni domingos, jornadas que se extienden hasta las noches de
los viernes. Y sí, se siente.
Como consecuencia, la mente se vuelve aturdida,
como si una pesa oscilara dentro de la caja del cerebro. Se desearía que esa
carga desapareciera, para que los pensamientos fluyan en paz, con la gracia
ondulante del bailarín, sin tropiezos.
La realidad es que ya me comprometí. Pero para
recuperar el equilibrio, he vuelto a mi pluma: compañera fiel de pesares e
ilusiones. Y por eso, se agradece.
MADRUGADA ESENCIAL
Mañana de
esperanza,
cargas que pesan
se alivian contigo,
silencio que abraza.
La vida
tiene estaciones,
no siempre es trabajo sin fin:
el otoño es compartir
sabiduría y experiencia
Primavera
y verano
fueron tiempos de producir;
allí sembraste tu seguridad,
ahora es disfrute y paz.
Madrugada
sin igual,
recurro a tu quietud,
a tus aires, al silencio:
que me nutre y motiva.
Sin tu
compañía
no habría camino;
ante circunstancias,
tú, incólume y sabia.
Nieves,
árboles y aves,
maestros de altura sencilla,
me enseñaron a madrugar
y a encontrar lo esencial.
La Pluma del Viento
Lima, 5 de abril de 2025
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