EL FÚTBOL Y LA VIDA (Inicio)
Estoy frente al
televisor viendo las camisetas rojas y blancas, las caras pintadas de los
hinchas en las calles de Moscú o Lima, los sonidos de las sirenas, los canticos, me doy cuenta que también,
conmigo suceden cosas especiales cuando se trata de los mundiales de fútbol. Hago lo imposible por cuadrar mis vacaciones, compro
diarios deportivos y álbumes, acopio vinos y cervezas, escribo pequeños
comentarios en las redes sociales, este mi rito por el fútbol se inició en la niñez, se afianzó en la juventud como
adolescente en mi barrio, luego como estudiante universitario y lo continuo en
el trabajo. Es decir está anclada en mi vida, y forma parte de mi historia de ayer
y hoy.
1. El inicio
En el borde de
la chacra sobre una especie de gras llamado kikuyo, los niños de unos 5 a 7
años, jugábamos con pelotas de plástico desinfladas, mientras las madres se
esforzaban por ordeñar las vaquitas. “Ya dejen entrar al siguiente becerrito,
que no sea el , pinto”, era la voz fuerte de las madres que hacía que
detuviéramos el juego y abriéramos la puerta para que ingresara el indicado
animalito. Esta escena era el cotidiano de los meses de enero a marzo, meses de
vacaciones, en el bello pueblo de Chiquián, tan conocido por sus riquísimos
quesos y el inigualable paisaje de nieves perpetuas de la cordillera del
Huayhuash y su nevado insignia el Yerupajá.
En alguna de esas escenas corría hacia la esquina donde se cambiaban la ropa e
intercambiaban opiniones después del primer tiempo, “me preguntaba cómo podía
levantarse como si nada, después de ese inmenso arrastron”, allí estaba él, sin ningún dolor ni titubeo,
se le veían las piedritas adheridas a la piel, el polvo cubría las heridas,
deteniendo cualquier posible flujo de sangre, era uno de los jugadores míticos del
club sport Cahuide, club al que me ligué sin saberlo, talvez por esa manera de
jugar plena de valentía y entrega. En nuestros
partidos de Jircán que se realizaban por las tardes casi interdiarias, en los
primeros años poníamos piedras como arcos, pero cuando crecimos llevamos palos
y los plantábamos. En casa, mientras llovía, aprovechaba para leer mis
favoritos libros de El Tesoro de la Juventud, o llenar mi álbum deportivo, que
eran recortes del diario La Prensa, que mi padre compraba, y los pegaba en
cartulinas multicolores que los encuadernábamos con pasadores hermosos, este
álbum lo mantuve durante casi 30 años en casa hasta que me fui fuera del país.
En una de esas semanas, el diario presentó una nota – entrevista al gran Héctor Chumpitaz, crack de la U, de quién era seguidor, allí explicaba con detalle, la forma cómo él pegaba los tiros libres, ya en esos tiempos por 1965, era de los mejores de Perú. Entonces, hice el recorte correspondiente, y decidí practicarlo. Aquella tarde, como siempre, estábamos jugando, y cuando ocurrió una falta, el tiro libre me correspondía, se armó la barrera de niños, saqué de mi bolsillo, el recorte del periódico, y seguí todas sus recomendaciones, “el número de pasos frente a la bola, al ángulo de visión al arco, y el golpe con el empeine en la parte media baja”, hice todo tal cual, y el resultado salió tan bien que la bola se elevó lo conveniente y dio con toda la fuerza al travesaño, que terminó partido y derribado el arco. Todo el equipo contrario se quejó, y no aceptó el gol, uno porque tiró abajo el arco, y otro, porque no valía usar recortes de periódico. Finalmente el partido continuó sin arcos y sin contabilizar el golazo.
En una de esas semanas, el diario presentó una nota – entrevista al gran Héctor Chumpitaz, crack de la U, de quién era seguidor, allí explicaba con detalle, la forma cómo él pegaba los tiros libres, ya en esos tiempos por 1965, era de los mejores de Perú. Entonces, hice el recorte correspondiente, y decidí practicarlo. Aquella tarde, como siempre, estábamos jugando, y cuando ocurrió una falta, el tiro libre me correspondía, se armó la barrera de niños, saqué de mi bolsillo, el recorte del periódico, y seguí todas sus recomendaciones, “el número de pasos frente a la bola, al ángulo de visión al arco, y el golpe con el empeine en la parte media baja”, hice todo tal cual, y el resultado salió tan bien que la bola se elevó lo conveniente y dio con toda la fuerza al travesaño, que terminó partido y derribado el arco. Todo el equipo contrario se quejó, y no aceptó el gol, uno porque tiró abajo el arco, y otro, porque no valía usar recortes de periódico. Finalmente el partido continuó sin arcos y sin contabilizar el golazo.
Lima, 24 de
Junio de 2018
[1] Agocalle, es la palabra quechua que significa calle de agua. Esto,
debido a que el agua descendía durante los meses de lluvia, pero conforme se
iba la lluvia, quedaban residuos de arenilla que convertía a esa esquina en una
campo de salto ideal.
[2] El toro bravo jirishanquino, era uno de los toros traídos desde las
faldas del nevado Jirishanca para las corridas de las fiestas patronales de
agosto
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