EL FUTBOL Y LA VIDA (Estadio Nacional, Artime y Cañita)



3. Visita al Estadio Nacional

Las noches siempre han sido frías en Chiquián, no obstante cuando no llovía, los niños que estudiábamos primaria solíamos jugar de 6 a 7 de la noche en alguna puerta de las casas del barrio. Los juegos eran muy sencillos: correa escondida, pega, y como descansando solíamos contarnos cuentos, de los más requeridos eran los de aparecidos, fantasmas, o guegué-almas[1]. Conforme crecíamos estos juegos iban dejándose; cuando finalizamos primaria y comenzábamos secundaria, las aficiones se cambiaron hacia quedarse en casa para escuchar radio y hacer las tareas, en nuestra casa eso se tornó muy rutinario, porque teníamos tíos que terminaban su secundaria, en el colegio Coronel Bolognesi. Estaban obligados a estudiar fuerte, por eso acompañándolos también estudiábamos. Su cuarto era muy solicitado por nosotros, porque siempre estaba bien iluminado, y tenía la puerta hacia la calle, y nos daban espacio en su mesa. Cuando subía al dormitorio, después de cenar, escuchaba radio El Sol (Ovación de Pocho Rospigliosi) y/o radio Unión (Pregón deportivo de Oscar Artacho), finalizaba dormido, luego mi madre apagaba la radio cuando subía a nuestro dormitorio, que quedaba en el tercer piso, habían 4 camas. Desde estos programas aprendimos los nombres de los jugadores de fútbol de nuestros equipos favoritos de Lima.





En Chiquián, como en todo el Perú, los hinchas se dividían en seguidores de la U o del Alianza, muy pocos eran del Municipal o del Cristal, yo era del primero, y como tal mis ídolos eran los jugadores cremas, que en ese entonces lo encabezaban Chumpitaz, Chale, Correa, La Fuente, Uribe. Durante las vacaciones escolares de enero a marzo, era costumbre que en Lima vinieran reconocidos equipos de todo el mundo, para enfrentarse a los dos grandes del Perú. Recuerdo por ejemplo: Dynamo de Kiev, Spartak de Checoslovaquia, Estrella Roja de Yugoeslavia, Botafogo de Brasil y hasta el mismísimo Santos de Pele.



Todas las fotos venían en los hermosos suplementos deportivos del diario La Prensa, que los recortaba y terminaban en mi álbum, obviamente sobresalía la imagen de Héctor Chumpitaz. Mi padre, como maestro, solía viajar a Lima, durante estos meses por razones de gestión, o actualización de su entrenamiento, él nunca dio a entender que fuera seguidor de algún equipo, empero seguro que estaba al tanto de mi afición por la U, así que en uno de sus viajes a Lima, me llevó para ver a la U, fue mi primer viaje a la capital, me quedé hospedado en la casa de mi tía -hermana de mi madre-; mi padre alquiló un hotel al frente de la iglesia San Francisco, estuvo una semana y se fue, yo me quedé casi por todo el mes. El amistoso internacional era entre la U y el famoso equipo argentino Independiente de Avellaneda, la atracción era el goleador Luis Artime.





Cuando vi el estadio me pareció asombroso, el tamaño gigantesco, el juego era de noche, solo iluminaban el campo, la bulliciosa barra fue espectacular cuando anunciaron por el parlante el ingreso de la U, Chumpitaz mi ídolo con el banderín saludando a la tribuna norte donde estaba, mi deslumbramiento fue tanto que casi no recuerdo el resultado, creo que fue empate, y con un penal fallado por Chumpitaz, atajado por el recordado Santoro. El asistir al estadio y conocerlo fue uno de los recuerdos más grandiosos que tuve en mi niñez. De ese verano en vacaciones, que pasé en la casa de ingeniería, guardo recuerdos muy gratos como el caso de los heladeros de Donofrio, vestidos de amarillo que cuando sonaba su sirena, todos los niños de la casa salíamos en tropel para deleitarnos con sus helados, su presencia era muy ansiada porque no pasaban seguido, dado que la urbanización estaba surgiendo y habían pocas casas, el sabor a lúcuma y chocolate eran mis preferidos cuando los recuerdo siento salivar cual cancito de Pavlov.



De regreso a Chiquián e iniciada las clases de abril volví a Huaraz, a continuar mis estudios de segundo año de secundaria en el seminario San Francisco de Sales, donde el futbol se hizo menos continuo, aquí no habían las añoradas tardes de Jircán, ahora no teníamos una cancha lista y adecuada, cuando inicié mi primer año, comenzaron a construirla, ya para el segundo año comenzamos a usarla, era de un tamaño no oficial, pero lo suficiente para jugar 11 contra 11, era de tierra y piedrita que requería afianzarla, allí aprendimos a jugar en cancha grande, con arcos de tamaño oficial, todo el colegio sumaba 31 alumnos, entre primero y quinto, como era internado siempre teníamos gente para jugar algún día de semana, entre 5 a 6 de la tarde, o los días sábados o domingos, con aquellos que no bajaban a la ciudad.

Cuando volvía a Chiquián, por vacaciones de Julio o Diciembre, nos re-encontrábamos con todos los amigos de siempre, en los partidos de la tarde en Jircán, convergíamos los de la misma edad, aquellos que residían en Chiquián y estudiaban en el Coronel, y también venían algunos desde Lima, usualmente bajábamos a Jircán desde el mercado, barrio Venecia y los que moraban en las cercanías del campo. Luego de los saludos correspondientes, era usual que los limeños nos narraran sus experiencias de haber visto en persona a los grandes jugadores que nosotros solo oíamos por radio, los seguidores de Alianza, hablaban de Perico, Baylón, Babalú Martinez entre otros, sus comentarios eran escuchados por los “serranos” que éramos mayoría asombrados, pues nuestros recuerdos no iban más allá de “Umpay”[2], o de los nombres como, “tarugo” o “chincha”, jugadores locales, en otras palabras ellos se lucían. Una escena inolvidable ocurrió cuando en una de esas tardes nos aparecimos con un invitado nuestro venido desde Lima, se trataba de un primo que había venido de Lima, Micky, él era hijo de un familiar que vino con mi tío Pancho, para trabajar en la extinguida oficina de promoción de actividades agropecuarias, el SIPA.



Era común que los “limeños” se hicieran notar claramente por la coloración de su piel, bastante pálida distante del cobrizo de los locales. Conversábamos sentados en el campo haciendo un circulo, mientras esperábamos que vinieran más gente. En eso Micky, hace la aseveración que nosotros lo locales, no conocíamos lo suficiente de futbol, y que no estábamos al tanto de las grandes jugadas que se hacían en Lima, y ponía como ejemplo a los citados jugadores del Alianza, “ a ustedes les falta, tienen que ver en vivo, por ejemplo la jugada de la bicicleta”, fue la sentencia que encendió el reto, alguien preguntó, “hazlo para ver”, claramente no podía evadir, así que abrimos cancha para la demostración, cogió la bola y la rodó delante de él, cuando quiso levantar con el taco y que la bola terminara delante suyo sin detener la carrera, no le resultó, “esperen una vez más”, así pasaron tres y hasta cuatro intentos.

Es decir se rindió, no pudo. En eso súbitamente se paró, uno de nosotros, de los que íbamos siempre, tomó la bola la rodó delante de él y enganchó la bola y con el taco efectivamente la elevó por encima de él, y termino delante, para continuar corriendo, y lo hizo en el primer intento, le aplaudimos, como para confirmar su habilidad, lo repitió de regreso, avergonzado el limeño tuvo que aceptar que aquí en Jircán se juega bien. Pero quién hizo ese jugadaza, fue nada menos que “Cañita”[3], en ese entonces un niño delgado que no pasaba de los 11 años, cuando joven su calidad sobresalió en Chiquián, tanto que posteriormente fue llevado como profesional del futbol a Huaraz a jugar por San Francisco, fue uno de los mejores jugadores de Chiquián, nos referimos al gran Rubén Palacios, al final todos practicamos la jugada y terminamos aprendiendo y enseñándole a nuestro visitante limeño, quien sorprendido regresó a Lima diciendo que en Chiquián se juega buena pelota, desde aquella vez, él siempre volvía en las vacaciones, y ahora es un chiquiano de corazón que vive en los Estados Unidos, pero vuelve cada cierto tiempo por la fiesta Santa Rosa añorando el reencuentro con los amigos que dejó.

Lima, 30 de junio de 2018





[1] Guegué almas, se refieren a espíritus que deambulan en el medio, por lugares donde ellos penan, o sufren su mala muerte.
[2] Umpay, es el nombre del barrio a la entrada a Chiquián, es la parte alta, y el equivalente en la parte baja, también al finalizar el pueblo se llamaba Quiullán.
[3] Cañita, es el apodo que le dimos a este niño de nombre Rubén Palacios, pero en realidad era el apodo de su padre. Él resultó viviendo en Huaraz, fue el primer profesional de fútbol nacido en Chiquián, porque se ganaba la vida jugando por uno de los mejores equipos de Huaraz, el San Francisco, entre los años  de 1975 al 1985

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bonita narrativa de grata recordación "Acuchito", ese tal "Miqui" al que te refieres debe ser Miguelito Arellano? saludos cordiales, un abrazo.
Acucho Zuñiga ha dicho que…
Efectivamente mi querido amigo Pacho. Te descubrí.

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