DECISIÓN DE DESCANXO


¿Por qué hay lugares donde parece casi una obligación registrar nuestra huella? Y más aún, si es con un café más una torta. Seguro que hay algo de bioquímica en eso… y el cerebro lo sabe.

Hago esto cuando llega ese día de la semana y esa hora. Así como en mi barrio, cuando era joven universitario y llegaba el sábado: la muchachada convergía, por ley no escrita, al campo de la comisaría —la loza deportiva— entre las diez y las doce del día.

El descanso, la placidez, la tranquilidad brotan como un manjar: se unen todos los caminos para llegar a este momento y a este espacio.

Esta vez, mi recuerdo quiere contar cómo se siente uno después de un trajinar intenso, marcado por conferencias y presentaciones. Los temas interesan, gustan, motivan… pero también ocupan. Pasar el tiempo puede ser un entretenimiento o un compromiso, según el propósito que lo impulse.

Cuando se trabaja con horarios estrictos, se asume que es parte de las responsabilidades. Dar charlas, preparar clases, presentar informes: todo forma parte del trabajo. Sin embargo, cuando el compromiso nace del deseo de compartir lo aprendido, la invitación resulta más difícil de rechazar —sobre todo si proviene de un amigo o de alguien que uno aprecia.

Y así, al ir desarrollando la presentación, reconoces que hay una audiencia, y que incluso podrías mejorarla, ampliar el tema, hacer de ello un texto más elaborado, o hasta abrir un canal de divulgación.
Pero, aunque suene atractivo, todo eso implicaría nuevamente compromisos, horarios y regularidad, es decir: trabajo. Y eso es precisamente lo que, en esta etapa de la vida, no debería imponerse.

La energía y la salud que aún acompañan deberían destinarse al descanso, al gozo, a la contemplación. A los viajes, a los paseos, a visitar museos, a observar el mundo sin la presión de rendir cuentas.

Ese es el conflicto: por un lado, el conocimiento acumulado y la gente que aún desea escucharte; por el otro, la certeza de que el tiempo y la salud son frágiles. 

Entonces, ¿qué hacer? Retorna inevitable la pregunta: ¿seguir el mismo trajín de conferencias, cursos y charlas, que exigen preparación constante? ¿O dejar que ese ciclo se cierre, para disfrutar del poco tiempo y salud que quedan, viajando, escribiendo, observando, aunque pocos lo lean?

Tal vez ese sea el final más agradable de una vida.

Deportivamente hablando, siempre es mejor retirarse cuando aún se está bien y acompañado del público, que hacerlo cuando ese mismo público te ve dar lástima en el gramado.

La Pluma del Viento

Lima, 25 de octubre de 2025

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