SOY DEL ANDE Y CRIOLLO: HOMENAJE INTIMO AL PERÚ QUE CANTA
Hoy, luego de una reunión oficial, volvía a casa. Pero los peruanos sabemos que un 31 de octubre todo, absolutamente todo, sabe a criollismo.
Eran las diez y media de la mañana y, mientras avanzaba por la ciudad, pensé que todavía estaba a tiempo de llevar algo criollo a casa. Así que me detuve en El Bolivariano, ese restaurante limeño que guarda entre sus paredes el sabor de la tradición y la memoria.
Pedí unos potajes para llevar a casa y compartir en el almuerzo, añadir sus respectivos brindis y, por supuesto, poner música criolla de fondo.
Mientras esperaba, abrí mi cuaderno —ese compañero de siempre— y comencé a escribir lo que sentía. No busqué referencias ni libros, solo dejé fluir las palabras al compás de la guitarra imaginaria y del cajón que resonaba a lo lejos en los confines de la mente.
Más tarde, ya en casa, con un poco más de calma, pasé en limpio los dos textos. Así nació este pequeño homenaje al Día del Criollismo, escrito a mi modo, desde la emoción de quien nació en el Ande pero siente, también, el llamado profundo de la costa y de su música.
Entre el aroma del aderezo, los recuerdos del vals y la gratitud por esta tierra diversa, mi pluma quiso rendir tributo a esa fusión que nos define: andinos, costeños y amazónicos… y, sobre todo, peruanos y criollos de corazón.
SOY DEL ANDE Y CRIOLLO
El cajón resuena cada vez más fuerte conforme me acerco al
lugar de la fiesta. Es 31 de octubre, Día de la Canción Criolla. Algo en el
aire —quizás el eco de una guitarra o el aroma del aderezo limeño— me traslada
a los festejos de antaño, aquellos de los Barrios Altos, el Rímac o Breña.
Estoy seguro de que no hay peruano de cuarenta años o más
que no sepa quiénes fueron Pinglo Alva, Chabuca Granda, Polo
Campos u Óscar Avilés; nombres que, al pronunciarlos, parecen
encender una nostalgia de brindis y conversación.
El reloj marca las diez y media de la mañana. Aún es
temprano para el almuerzo o para la jarana nocturna de este día, pero me ha
traído hasta aquí un antojo muy criollo: el sabor del humo en la esquina o el
caldo reparador de las madrugadas, aquello que es profundamente peruano. He
estacionado frente a El Bolivariano, refugio limeño de tradiciones, y
mientras espero que lleguen dos platos típicos, escribo.
En casa llegaré justo al mediodía y brindaré por este día,
porque hoy el apetito se vuelve emoción y los potajes son memoria. Cada plato
criollo encierra historia costeña: de cocina mestiza, de platos españoles y
manos morenas, aceitados con guitarras que acompañaban serenatas.
Al fondo de la memoria suenan valses, festejos y landós; y
como buen complemento, me insinúa levantar un pisco sour o un chilcano que
anime la charla y aligere este nostálgico corazón.
Confieso, sin embargo, que nunca he sido de celebrar este
día con entusiasmo. Tal vez porque mi infancia transcurrió entre los sonidos
del huayno y las bandas de música, aquellas tonadas serranas que nacen en la
altura donde reina el frío. Pero también recuerdo el 31 de octubre por la
partida de Lucha Reyes, la voz que hizo bailar a la Lima criolla.
No conozco la discografía de los grandes autores, pero los
nombres se me vienen a la memoria con rapidez: Felipe Pinglo Alva, El
plebeyo; Chabuca Granda, La flor de la canela; Augusto
Polo Campos, Contigo Perú. Quizá no recuerde los títulos ni los
autores de tantas otras canciones; empero, cuando las escucho, algo vibra en
mis moléculas: suenan familiares, amicales, como si siempre hubieran estado
ahí, acompañando silenciosamente mis días.
Por eso, cuando alguien que sabe explica la historia de los
valses, su ocurrencia en el tiempo, comprendemos la calidad poética, humana e
histórica de cada una de ellas: amor, tristeza, alegría, deporte,
discriminación social, y tanto más. Toda la vida está ahí, en notas de
pentagrama y letras de sabiduría. El cajón, la guitarra, la voz del mulato, del
moreno o del cholo son la expresión mestiza de nuestra sangre, y nos hacen más
peruanos todavía.
Cuando regrese a casa, seré oídos, escritura y brindis.
Llevaré conmigo los platos clásicos, y con el pisco sour en la mano recordaré
—como un ritual doméstico— esa esencia de los valses, auténticas obras de arte,
testimonio de una patria que canta su historia en tres cuartos de compás,
mostrando sus sentimientos e ilusiones, siempre presentes en el trabajo o el
hogar.
MI RECUERDO EN CAJÓN
Lugar de tradición,
mi mente aquí suena a cajón;
vibra en modo criollismo
y se alegra con la gastronomía.
Viajé ensimismado hasta este punto,
llegué como en son de Victoria;
de la cumbre bajé hacia las Breñas
y anclé mi sombra en los Barrios Altos.
Lugares donde el alma se hace canto,
poemas y música brotan del corazón,
sentimientos que se dicen sin pudor,
porque así se vence al tiempo y la distancia.
Apiádate de mi ilusión perdida,
vuelve con tu hermosura, mi flor.
No importa si solo regresas en pensamiento,
igual te admiro y te evoco con fulgor.
Polo, Chabuca, Cavagnaro…
Nacidos lejos de esta Lima virreinal,
trajeron del Ande el empuje inca,
y en Lima dejaron sus huellas de excelso criollismo.
Toca decirles que ustedes valen infinito:
cantaron, guitarrearon y cajonearon
la esencia de nuestro ser andino, amazónico y costeño.
Bailamos todos juntos: somos Perú criollo.
¡Viva la Canción Criolla!
¡Viva el Perú!
La Pluma del Viento
El Bolivariano, 31 de octubre de 2025

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