DONDE TERMINA LA AVENIDA Y EMPIEZA EL PERÚ

 


¿Qué hay de importante para la lectura un día de semana? Acaso no me bastan las noticias de Trump o las marchas de ciudadanos en paros. Valdría la pena leer a alguien que dice que, en momentos de indecisión, la respuesta te puede llevar a vivir el pasado y el presente al mismo tiempo.

—¡Eso no puede ocurrir, no seas palero! —dirían algunos.

Seguro que te ocurrió a ti también: hay situaciones en las que no tienes disyuntiva, debes decidir ya; no hay tiempo para el análisis. Entonces, cuando lo haces, terminas en lugares nada previstos.

El camino, en un día de huelga total de transportistas, era notoriamente distinto: no había un solo ómnibus. La Panamericana Norte estaba más despejada, por lo que el tiempo usual de viaje se acortó.

Pero, para no llegar muy temprano, en la última curva —después de la cual solo había campos baldíos y tierras— decidí girar a la izquierda, sin saber a dónde me llevaría. Rápidamente recordé a mi amigo Esteban:

—En la duda, vota por la izquierda —decía, como estribillo en tiempos de elecciones.

De inmediato, bajé por una vía de tierra afirmada. Era estrecha; por uno de sus lados había una acequia que llevaba agua para los regadíos. Pero, como sacado de una prueba de obstáculos, noté que venía un camión que ocupaba casi todo el ancho. Los nervios se me pusieron de punta. Sabía que no era nada experto en retroceder, por lo que, con lo poco de frialdad que me quedaba, lo hice y me ubiqué al borde, con el auto medio inclinado. Calculé que el espacio que le dejaba sería suficiente. El camión pasó a las justas, casi rozando el espejo, que tuve que arrimar y pegarlo a la puerta.

El barrio, que aparecía conforme ingresaba por la vía de tierra, estaba en construcción. Eran de esas emergentes urbanizaciones hechas con intuición (y poca planificación), sobre los bordes de las antiguas chacras, donde poco a poco iban surgiendo casas.

Sin embargo, por el incremento de familias, también aparecían colegios y centros educativos, principalmente privados. Por ahora, no se veían estudiantes con los clásicos uniformes —fáciles de notar—, a pesar de ser jueves y día escolar. Probablemente los maestros decidieron darles libre por seguridad, frente al paro de buses.

Era notorio que las antiguas chacras se estaban convirtiendo en espacios de vivienda, pues había diseños de lotización (líneas blancas en los terrenos), con lotes de tamaño típico (unos 120 m²).

En el camino, los perritos dormitaban en medio de la rústica vía, por lo que los bordeaba con el vehículo, dejándolos en su placentera siesta

Nuevamente surgió otra disyuntiva: si seguía de largo, según se veía, la vía se estrechaba y las casas disminuían. “No sé sabía a dónde terminaría”. Así que, en la duda, decidí otra vez por la izquierda. Surgió una zona con señalizaciones de venta de lotes de vivienda, en terrenos de unas tres hectáreas. Era claro que se trataba de urbanizaciones.

Pasé delante de un portón de una vieja hacienda. Las paredes, sólidas, con pintura avejentada, dejaban claro que era una antigua entrada. De esas que todavía se ven en zonas de Surco o Maranga.

Todos estos lugares no se suelen ver desde la vía principal, que diariamente usaba para ir a trabajar a Huarangal (RACSO).

También apareció una casa enorme, de tres pisos, con paredes de losetas, completamente terminada. La miré con detenimiento, por si había algún letrero.

—¿Por qué una casa tan grande y tan bien acabada en un lugar escondido y de difícil acceso? —me pregunté. ¿Será de algún almacenero?

Conforme avanzaba, se notaba que todos los espacios se coparían de casas, pues había grupos de venta de lotes.

Llegué de nuevo a una avenida, o calle con mucho tráfico, de doble sentido pero estrecha. Reconocí una pared del antiguo cementerio y, siguiendo a la derecha, se llegaba a zonas pobladas, pero desconocidas para mí. Esta vez no tenía dudas: debía seguir hacia la izquierda. Con ese giro hice una perfecta U y volví a la vía principal, la Av. San Juan, que usaba desde 1986 para ir a mi trabajo, cuando la avenida era casi solo para llegar al Centro Nuclear. 

En esos primeros años —su inauguración fue en 1988—, la avenida se abría tras inmensas chacras, plenas de sembríos: unas de flores amarillas y, en otro lado, extensos espacios verdes con caballos de carrera. Al fondo se divisaba la hacienda antigua de la época de la independencia: Punchauca.

Miré el reloj del vehículo: el tiempo no avanzaba… o tal vez salí muy temprano. Eran las 8:00 h. Considerando que había paro, los trabajadores llegarían con retardo. Y, como requería una autorización para ingresar, eso demoraría un poco. Y, no deseaba permanecer parado en la puerta.

Así que decidí “hacer hora” y esperar hasta las 9 h. Para ello, bajé por la vía en dirección a Puente Piedra, buscando algún lugar para sentarme. En ese viaje, por mi lado pasaban camiones gigantes, y los huecos en la vía eran cada vez mayores: un claro abandono del Estado.

A pesar de eso, por ambos lados se notaban negocios: casas grandes vendiendo ladrillos, cemento, fierros (clara demostración de que había demanda de construcción); también se veían letreros de restaurantes y panaderías. Pensé parar en uno de ellos, pero no me atrevía. Tendría que pedir algún jugo, y eso no me atraía. En realidad, no tenía hambre. De casa siempre he salido desayunado. 

De pronto, surgió un mercado que recién abría. Algunos puestos estaban funcionando y noté que tenía una inmensa playa de estacionamiento. Ingresé y me estacioné.

Adentro, varios puestos —sobre todo de comestibles— estaban atendiendo. Era la hora del desayuno. Frente a estos puestos se veía un pasadizo amplio, con mesas y asientos libres.

—Este lugar es ideal para esperar y escribir.

Como en los mercados cada centímetro cuadrado cuesta, era natural que estas mesas estuvieran allí por algo. Apenas me senté, se aproximó una joven —no mayor de 25 años— con pantalón corto, bien agraciada y peruana.

—¿Qué hay para el desayuno? 
—Caldo de cordero
—Pues bien, tráeme uno.

La mente me planteó una admiración inmediata por el trabajo que despliegan estas personas, tan humildes pero cien por ciento emprendedoras. Este es el Perú que se defiende solo. ¡Qué diferencia con los políticos! El reverso del esfuerzo y el trabajo independiente.

Es por este pueblo trabajador que la economía del Perú se sostiene. Son ellos quienes, en los barrios más alejados del centro del poder, mantienen la economía en movimiento permanente, pero con esfuerzo y sin extorsión.

La joven, seguramente madre soltera, atendía a un niño de unos cuatro años que tomaba desayuno en una de las mesas cercanas, mientras ella se desplazaba trabajando. Preguntaba en una mesa, volvía llevándoles platos. Unos eran tipo caldo, otros tipo estofado. Los trabajadores suelen tomar un desayuno como si fuera un pequeño almuerzo.

Con cierto temor, inicié mi caldo. Cubrí la superficie con parte del culantro que te traen como parte del plato, le exprimí medio limón y un poco de ají. Por un momento me sentí, aquel cargador de bultos de la parada cuyo desayuno son estos potajes. 

El primer sorbo estuvo extremadamente caliente: parecía el núcleo atómico. El plato tenía una porción razonable de carne de cordero, dos porciones de papa, zanahoria y arroz partido. Podría ser trigo o alguna variante.

Esperé unos minutos para que se enfriara un poco, tiempo suficiente para que la memoria viajara a escenas parecidas de mi infancia, en el “mercado de abastos de Chiquián”, a una cuadra de mi casa —seguro se llamaba así porque era el único—. El de aquí se llama “El Pino”, y seguro es uno más entre otros mercados.

En mi pueblo, desde las 6 h a 9 h, también se vendía una sopa de menudencia de ovejas o vacunos, a la que llamábamos pecán caldo (caldo de cabeza). Cuando volvía a ese mercado en los febreros, como refuerzo para el equipo clasificado de fútbol de Chiquián por la Copa Perú, era imperdible tomar un platito nuestra vitamina material y mental.  

En mi infancia, cuando me enviaban a traer agua, a veces me dirigía al mercado. Entonces, aprovechaba para sentarme en algún puesto, como el que quedaba cerca al de mi amigo Chilvo, y por dos soles pedía un plato de mondongo (como también se le llamaba al de cabeza). Esas monedas las conseguía vendiendo mis bolitas, que solía ganar en mi época de buen chuncador (jugador de bolas).

Como en tantas otras oportunidades, en cualquier lugar donde el destino y las circunstancias me llevan, siempre vuelve mi niñez en Chiquián. Como fuente de aprendizaje o de comparación. Por eso destaco que, en todos los mercados a los que ingreso —por visitas o trabajo en el Perú—, y lo hago de manera obligatoria para tomar desayuno, está la gente más emprendedora. Aquella que lleva en la sangre ese espíritu. Seguro que la necesidad y la falta de educación los convirtieron en máquinas calculadoras mentales: saben cuánto ganan con algún descuento, y con su lenguaje dulce y amable te convencen de sentarte en sus puestos. Pero, sobre todo, son mujeres fuertes y valientes como ninguna.

El tiempo les dio la razón. Sus hijos, criados con el soporte económico de sus padres —especialmente de sus madres—, llegaron a ser ingenieros, militares, abogados o médicos. Ellos siempre desearon que sus hijos lograran lo que ellos no pudieron (eso siempre se les oye decir en cualquier entrevista que se les hace).

Por ello, siempre he guardado una admiración inmensa por estas personas. Por las madres de mis amigos del mercado de Chiquián, a quienes tengo como ejemplo de esfuerzo y dignidad ante la adversidad.

Eso mismo vi esta vez, en la joven madre y en las cocineras del mercado, enfrentando su día a día desde temprano, con esfuerzo y esperanza.

¡Viva el Perú emprendedor!

La Pluma del Viento

Lima, 10 de abril de 2025


Palero: Referido a persona, falsa, mentirosa. pop (palero, palera | Diccionario de americanismos | ASALE)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Excelente lectura , buena visión de nuestra realidad , muchas veces desconocida , gracias hermano por tu disposición a trasmitir tus experiencias

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