EDWIN CALDERÓN: TIERRA, MÚSICA Y ETERNIDAD
Ayer por la tarde, la
noticia de tu partida, Edwin, cayó sobre nosotros como una tormenta inesperada.
Fue como si el cielo mismo se detuviera, incrédulo, para llenarse de lamentos.
Esa sensación de pérdida que nubla la mente y aprieta el pecho se extendió
rápidamente entre quienes te conocimos, quienes compartimos contigo momentos de
alegría y aprendizaje. Como el big bang, los recuerdos comenzaron a llenar el espacio,
como un río desbordado que inunda todo a su paso: tu sonrisa, tus palabras, tus
manos haciendo vibrar la guitarra con ese sabor único de nuestra tierra.
Hace solo unos meses, en
agosto, nos deleitaste con esas melodías que parecían brotar de lo más profundo
de ti. Recuerdo cómo tus dedos, ágiles y seguros, pintaban con sonidos los
paisajes de Chiquián. Tocaste con la tonalidad que heredamos de nuestros abuelos,
esa que tiene el ritmo de las montañas telúricas y la dulzura de los valles. Cantamos
contigo, Edwin, y sentimos por un momento que estábamos conectados con todo lo
que somos: nuestra tierra, nuestra historia, nuestro pueblo. Quién habría
pensado que esa sería una despedida.
La muerte, traicionera,
llega siempre sin aviso. Nos deja con preguntas que no encuentran respuesta:
¿Por qué ahora? ¿Por qué tú? Pero la vida es así, misteriosa y a veces cruel.
Nos cuesta aceptar que todo ser vivo tiene un ciclo, y que ese ciclo se cumple
más allá de nuestras voluntades. Nacemos, vivimos, y un día partimos. Es una
ley inevitable que intentamos comprender con la razón, aunque el corazón se
resista a aceptarlo.
Tú, Edwin, hijo de maestros,
creciste rodeado de libros, de palabras y de enseñanzas. Desde niño aprendiste
que el conocimiento era una llave poderosa, y con esa llave abriste muchas
puertas. Las colinas de Chiquián, con sus colores rojos, amarillos y blancos,
parecían llamarte, hablarte de los secretos que guardaban bajo la tierra. Era
como si la naturaleza misma hubiera decidido tu destino, anticipado ya por tu
abuelo Vicuña, ese espíritu explorador que llevabas en la sangre. Desde
temprano, supiste que querías ser minero.
Cuando llegó el momento de
partir hacia Lima, lo hiciste con la determinación de quien no se rinde. En tu
Colegio Coronel Bolognesi habías aprendido que la fortaleza se forja en los
desafíos. Así llegaste a la Universidad Nacional de Ingeniería, donde te
formaste como ingeniero de minas, con el mismo amor y respeto por la tierra que
habías conocido desde niño.
Pero tú no eras solo un
ingeniero; eras un padre dedicado, un esposo amoroso, un amigo incondicional.
Formaste un hogar donde la educación y el ejemplo fueron pilares. Enseñaste a
tus hijos que el estudio es la herramienta más valiosa para enfrentar la vida,
y mientras les mostrabas ese camino, no dejabas de tocar tu guitarra. Esas
cuerdas, Edwin, llevaban consigo las historias de Ayacucho y Chiquián, los
lamentos y las alegrías de nuestros pueblos.
Hoy nos cuesta despedirnos
de ti, porque, aunque entendemos que has emprendido el viaje que todos algún
día haremos, sentimos el vacío de tu ausencia. Sin embargo, sabemos que tu
legado trasciende. Nos dejas las enseñanzas que viviste con humildad, las notas
de tu guitarra que resonarán para siempre en nuestras memorias, y el ejemplo de
un hombre que amaba profundamente su tierra y a su gente.
Edwin, aquí, en este rincón
del mundo que tanto amaste, tus hermanos chiquianos seguiremos cantando las
canciones de nuestra tierra, las mismas que exaltaste con tanto orgullo. Y en
cada melodía, en cada recuerdo, estarás presente.
Descansa en paz, amigo, padre, esposo, hijo, ingeniero y músico. Tu vida fue una melodía, y nosotros la seguiremos cantando.
Hasta siempre amigo, Edwin Calderón
La
Pluma del Viento
RACSO,
18 de noviembre de 2024
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