LA DESPEDIDA: UN PARTIDO SIN FINAL

 


El deporte en la vida laboral trasciende la simple práctica física; se convierte en un escenario donde se entrelazan la competencia, la colaboración, las emociones y las relaciones humanas. Durante mis 45 años de trabajo, el deporte no fue solo una válvula de escape o un espacio para el descanso, sino un medio poderoso para crear vínculos, reforzar la camaradería, unir objetivos y, sobre todo, consolidar la segunda familia. Fui campeón en algunas disciplinas (fútbol, ajedrez y ping pong), pero lo más importante no fueron los trofeos o las medallas, sino lo que construimos entre compañeros. Esos momentos compartidos, esos partidos ardorosamente disputados, las horas de entrenamiento, no solo fueron espacios de esparcimiento; fueron el escenario donde se forjaron amistades, donde aprendimos a luchar en equipo y a celebrar las victorias juntos.

En un entorno como el trabajo, donde las tareas y las responsabilidades suelen ser las protagonistas, el deporte ofrece algo que trasciende el rendimiento profesional: es un espacio de humanidad. En el ámbito laboral, el deporte permite que los individuos se enfrenten entre sí, no solo como competidores, sino como seres humanos que se identifican en su pasión por lo que hacen y por lo que representan. Un partido de fútbol en el trabajo no es solo un juego, sino un acto de representación; cada pase, cada gol, cada jugada lleva consigo la esencia de lo que somos, de nuestra historia en la institución. No se trata de un equipo contra otro, sino de una representación de lo que somos como grupo, como parte de una cultura laboral que no solo valora el desempeño, sino también la conexión entre sus miembros.

Este partido de despedida, que se ha gestado por iniciativa de aquellos que forman parte de los rincones más humildes de la institución, refleja una verdad profunda: lo que realmente importa en la vida laboral no es lo que dejamos como título, como cargo, como número dentro de un organigrama, sino los lazos de amistad que hemos formado a lo largo de los años. No vino de la institución, ni de aquellos que ocupan los cargos más altos, sino de los compañeros del taller de mecánica, de los choferes, de los técnicos, de aquellos cuya presencia no es siempre celebrada ni destacada, pero que son los que, día a día, sostienen la verdadera esencia del trabajo en equipo. Este gesto es un regalo invaluable, una muestra sincera de aprecio, una expresión de lo que realmente importa: el corazón humano detrás de cada tarea, de cada esfuerzo.

Este reconocimiento nos recuerda algo fundamental: la despedida, en su forma más pura, no se mide en la oficialidad ni en los premios formales; se mide en los recuerdos, en los momentos compartidos, en el abrazo fraterno de aquellos que te han acompañado durante tantos años. Este es el verdadero regalo que deja el trabajo: el recuerdo de lo que hemos vivido juntos, el aprendizaje mutuo, las risas, los desafíos, los brindis en las victorias o derrotas.

Lo que queda cuando uno se despide no es el puesto que ocupamos ni las funciones que desempeñamos, sino lo que hemos dejado en la memoria de los demás, lo que hemos representado para ellos, lo que hemos construido más allá de las paredes de la oficina o del taller.

La despedida es un acto invaluable. Aunque parezca el final de una etapa, es, en realidad, un nuevo comienzo para lo que se queda en el corazón de cada uno. El trabajo es solo un capítulo de nuestra vida, pero los recuerdos que creamos junto a los demás son los que realmente nos acompañarán. Son estos recuerdos los que perdurarán mucho después de que la rutina laboral se haya extinguido. En cada gesto de amistad, en cada palabra de agradecimiento, en cada mirada de complicidad, en cada brindis extramuros, permanece la esencia de lo que hemos sido, y eso es lo que realmente importa al final del camino.

A lo largo de estos 45 años, he aprendido que en el corazón del más sencillo se encuentra la verdadera esencia de la vida humana. Son los pequeños gestos, los más humildes, los que realmente dejan huella. Los compañeros que quizás no tienen el reconocimiento formal de la institución, pero que están ahí, día tras día, trabajando con el mismo compromiso, son los que realmente representan lo más importante: la humanidad, la solidaridad, el compañerismo. En su sencillez, en su entrega sin pretensiones, está la lección más profunda de todos: la vida, en su forma más pura, se mide por los lazos que creamos, no por el poder o el estatus que tuvimos.

Este partido de despedida es, por tanto, más que un simple evento deportivo. Es un acto de estima, de gratitud, de reconocimiento genuino. Es un testimonio de la importancia de la amistad en el trabajo, de cómo el deporte, la cooperación y la camaradería se entrelazan para formar algo mucho más grande que la simple suma de esfuerzos. En cada pase, en cada gol, en cada grito de aliento, hemos dejado una parte de nosotros mismos, un reflejo de lo que somos como seres humanos.

Hoy, al brindar este almuerzo en agradecimiento por este gesto, quiero reconocerles a todos ustedes, mis compañeros, por ser parte de mi vida, por ser parte de mi historia. Este partido no solo ha marcado el cierre de una etapa, sino el comienzo de un recuerdo que perdurará en mi corazón. Gracias por organizarlo, por pensar en mí, por mostrarme que el verdadero valor de la vida está en los pequeños gestos, en la amistad sincera, en el cariño de los que nos rodean. A todos ustedes, mi más profundo agradecimiento. Este partido, aunque se acabe con el silbato final, será un juego sin fin, porque su amistad y este reconocimiento permanecerán conmigo para siempre.


El Último Gol

En la despedida, la vida no se mide en victorias,
ni en goles que cuentan, ni en el sudor que cae,
sino en los abrazos que se dan sin palabra,
en el silencio compartido que permanece.

Fueron años, luchando, jugando contra el viento,
en equipo, como hermanos, con el alma en el pie.
El deporte fue más que un reto o una competencia,
fue la voz de la amistad, la que en nuestro pecho anidó.

No vino de altos cargos, ni de títulos ni roles,
vino del más humilde, del que no se ve,
del que con su manos calladas y su sudor en el rostro,
nos recordó que en lo sencillo está lo que importa después.

Este último partido no es el final, es solo un gol más,
en la cancha del alma, donde no hay tiempo ni reloj.
Lo que dejamos al irnos no son diplomas ni honores,
sino los recuerdos, los brindis, el abrazo sin fin.

Hoy alzo mi copa y agradezco a cada compañero,
por haber sido mi equipo, mi fuerza, mi hogar.
La despedida no es triste, sino un comienzo más,
porque lo que perdura no se mide en el tiempo, sino en la sinceridad.

 

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Lima, 18 de enero de 2025

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