DE GUADALUPE A SAN FERNANDO: EN EL DIA DE LA MEDICINA


…”Aún no he muerto, amigos míos, ahora les toca a ustedes terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado", 

Fueron las últimas palabras que, Daniel Alcides Carrión García, dio a sus colegas, desde la cama N°5, de la Sala Nuestra Señora de las Mercedes del Hospital Dos de Mayo,  el 5 de octubre de 1885 para después morir, luego de 39 días desde que se inoculara sangre recién extraída de un tumor verrucoso rojo,  de la paciente de 16 años Carmen Paredes, el 27 de agosto de 1885, con la ayuda del Dr. Evaristo Chávez .
En homenaje a ese sacrificio que representaba el paradigma de la investigación, unido a la preocupación de las enfermedades nacionales, es que se ha designado el día de la Medicina Peruana los 5 de octubre.
Cuando murió, Carrión, el pequeño “carrioncito”, como lo llamaban, tenía tan solo 28 años. Nació en Cerro de Pasco, el 13 de agosto de 1857, sus padres fueron don Baltazar Carrión, abogado y medico ecuatoriano graduado en la Universidad de Guayaquil, y su madre la huancaína señora Dolores García. A los ocho años queda huérfano por la muerte accidental de su padre al disparársele una escopeta, en Huariaca. Estudió primaria en la escuela municipal de Cerro de Pasco, y tres años en la Escuela Fiscal de Tarma, donde concluye sus estudios primarios, y es allí también donde realiza sus primeros dos años de Educación Secundaria. Luego a los 16 años, en 1873, producto de su habilidad al estudio fue becado para estudiar en el primer colegio nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde terminó la secundaria, entre 1873 y 1877. La primera casa donde se alojó fue la de su madrina en la calle Ayacucho.
Concluidos sus estudios secundarios en 1877, ingresa en la facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos, en una etapa de reorganización y ordenamiento de la Educación Superior. Era Decano de la facultad Vladislao Folkierski, erudito hombre de ciencia polaco, y Vice Decano, Martín Dulanto. Fueron sus maestros Pedro Le Blanc (francés) de Química; J.H.B Martinet (francés) y Sebastián Barranca, de Botánica y Zoología; Antonio Raimondi (italiano) de Historia Natural, Química Analítica y Mineralogía, entre otros destacados científicos
El 12 de abril de 1880, en plena guerra del pacífico, ingresa en la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos donde fue un excelente alumno. Hizo sus prácticas clínicas en los mejores hospitales de Lima. Fue externo en el Hospital de Santa Ana, de la Mesón de Santé y de Lázaro de Guía, e interno de los Hospitales San Bartolomé y Dos de Mayo inaugurado en 1875 y considerado como uno de los más completos y mejor dotados de América del Sur.
Posteriormente, en 1884 empezaron sus prácticas en clínicas, y su interés científico lo llevó a adentrarse en el estudio de los pacientes verrucosos. En agosto de ese año fue designado por concurso para realizar las prácticas de internado en el Hospital de San Bartolomé.
La Fiebre de La Oroya continuaba matando a los obreros que construían el tren en la región central del Perú, por lo que Carrión decidió tomar el toro por las astas, profundizando sus pesquisas sobre la enfermedad.
Entre junio y julio de 1885, la Academia Libre de Medicina convocó un concurso sobre la etiología y la anatomía patológica de la verruga peruana. Fue una oportunidad que el acucioso estudiante no dejaría pasar. Armado con sus conocimientos, y bastante coraje, Carrión decidió indagar en la intimidad del enemigo, estudiándolo desde sus síntomas.
Esto significaba que debía entrar en contacto directo con el agente infeccioso que producía la enfermedad: había que inocularse. Este método le permitiría resolver más rápidamente las dudas que se tenían sobre la verruga peruana y establecer qué relación tenía con las altas fiebres que consumían a los obreros. Decidido a hacerlo. El 27 de agosto de 1885, llegó hasta la sala de Nuestra Señora de las Mercedes del hospital Dos de Mayo. Sus compañeros y el doctor Leonardo Villar trataron de disuadirle, pero fue inútil
Dos días después, en su edición del 29 de agosto de 1885, El Comercio informaba que, “el estudiante de medicina señor Daniel Carrión, el cual tiene trabajos adelantados sobre la enfermedad llamada verruga, se ha hecho inocular la sangre de un verrucoso para observar por sí mismo los efectos de la inoculación y resultados ulteriores de esta enfermedad indígena del Perú, que tanto preocupa la atención de los hombres de ciencia en Europa”.
Bitácora en mano Carrión fue un paciente y meticuloso escribidor de su propia agonía. No cedió fácilmente a los síntomas y pudo, durante muchos días, llevar un correcto y acucioso relato de los efectos que la infección producía en su cuerpo.
Tres semanas más tarde, el 17 de setiembre, el joven estudiante percibió los primeros malestares y dolores. En los 5 días siguientes presentó fiebre, escalofríos, malestar general y dolores osteomusculares. Para el 26 se encontraba pálido y débil, por lo que dejó de tomar apuntes sobre los síntomas, encargando la tarea a sus compañeros más cercanos. “Carrioncito” había empezado a ceder ante la violencia de la enfermedad.
El 2 de octubre su cuaderno de apuntes señala que “hasta hoy había creído que me encontraba tan solo en la invasión de la verruga, como consecuencia de mi inoculación, es decir en aquel período anemizante que precede a la erupción; pero ahora me encuentro firmemente persuadido de que estoy atacado de la fiebre de que murió nuestro amigo Orihuela: he aquí la prueba palpable de que la Fiebre de la Oroya y la verruga reconocen el mismo origen”.
El 5 de octubre el decano dice “el estudiante de medicina señor Carrión, que según anunciamos en días pasados se hizo inocular el virus de la verruga, después de haber pasado el primer período, en el segundo ha sido acometido por la Fiebre de la Oroya y se encuentra bastante grave. Deseamos se restablezca”. Ese mismo día Carrión caía en estado de coma.
Finalmente, batido por la fiereza de la infección, falleció a las 11:30 de la noche. El 6 de octubre El Comercio publica una nota titulada “Daniel Carrión”, donde informa que “a causa de haberle acometido la terrible fiebre llamada de La Oroya, hoy tenemos que pasar por el dolor de comunicar que ha muerto”.
Asimismo, explica que “en efecto, del experimento realizado por Carrión en su propia persona, parece deducirse que la causa que produce las verrugas es la misma que la que origina las fiebres de La Oroya...”.
Mientras eso ocurría, es importante recordar el contexto en el que vivía el Perú, estábamos atravesando la ocupación chilena, y estos invasores, se ensañaron con destruir la inteligencia nacional. Estudiosos como Murillo y Avendaño, recuerdan que en esos años Carrión estudiaba Medicina en San Fernando:
“En esa mansión del saber donde los nombres queridos de Unanue y Heredia eran reputados como ángeles tutelares, allí en esa casa sagrada como un tabernáculo, se extremó la perfidia del invasor, y la piqueta demoledora destruyó en un momento la paciente labor de largos  años, que habían acumulado muchos y muy valiosos elementos de estudio, cual no los tenía en ese entonces, escuela médica de la América Latina. Los magníficos laboratorios de química y farmacia, el espléndido gabinete de física, el riquísimo Museo de Anatomía Patológica, la valiosísima colección de piezas de cera, el bien montado Museo de Historia Natural (que contenía ejemplares que aún no han podido reemplazarse) y la gran biblioteca, la primera en su género en Sud América, que encerraba inestimables joyas y rarísimos ejemplares, todo, todo desapareció por completo. Los instrumentos y los útiles fueron destrozados, los frascos y las piezas de cera arrojados por las barandas del patio, los pergaminos seculares reducidos a cenizas, los libros ruinmente negociados en las tiendas de comestibles y el local convertido en escombros en un espantable cuadro de desolación y de ruina”.
Este contexto es importante para destacar, el esfuerzo de Carrión, por devolverle moral al pueblo, y esa moral, debía nacer desde peruanos nacidos en las alturas, o en lugares postergados por la capital.  Carrión sabía que entre los que decían que la verruga y la fiebre eran cosas distintas, estaba un médico chileno, por ello con su sacrificio, recuperó valentía y sabiduría, y demostró el triunfo de la ciencia positivista peruana, “el juez supremo de la verdad es el experimento”. Esa gesta de amor a la ciencia y a la patria agredida estaba en el interior de este joven provinciano.
Salvando las distancias pero con el recorrido similar, el niño Marco Zúñiga Gamarra  vino becado desde Chiquián, por ser el mejor alumno de la  Escuela primaria  378, hacia el mismo gran Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Fue traído a Lima a los 11 años, por su padre don Antonio Zuñiga, quién como maestro, sabía de la valía de la inteligencia, de la primacía nacional de este gran colegio, y el legado mas preciado que se puede dejar a un hijo, la educación. Allí en esa mansión del saber peruano, se forjó el médico provinciano disciplinado, estudioso y responsable. Terminó secundaria en 1968.
Poco después, y cumpliendo los  vaticinios de sus tíos Fernando y Juan,  y el de  su Director don Fabián Cano, quien subiéndolo en sus brazos cuando visitaba su casa, y  felicitándola le decía a su madre, “este tuquito será un gran médico”, ingresó en 1969 a la Universidad de San Marcos a medicina, al histórico San Fernando, símbolo de la escuela médica peruana: basada en la búsqueda científica de las dolencias, en las causas, explicables, repetibles y modelables. Pero también escuela del desprendimiento, del amor al más necesitado, del servicio antes que la exhibición.
Pero en la formación de un niño y joven no solo está el amor y ejemplo de sus padres, sino también, el contexto en el que construyó su niñez,  no solo sus maestros, sino también la vida que le imprimió su querido Chiquián, el frió de las noches, el rocío en las mañanas de los alfalfares, los alimentos logrados con el esfuerzo de sus padres, la leche dulce de las vaquitas y las abundantes frutas de Huayllacayán, junto a ello están las alegrías de las fiestas de agosto, los  encuentros y cariño de los amigos de infancia, sinceros en la amistad invalorable.
Hoy cuando veo a los médicos trajinar por las calles, con banderolas y gritos reclamando mejor trato, mejor salario, siento que son humillados por gobernantes, insensibles al conocimiento y sometidos al capital, destructores de la moral alta que Carrión dejó a los médicos, a pesar de todo siguen sacrificándose diariamente, por mejorar la salud pública. La salud de aquellos que no pueden pagar el alto costo de las clínicas privadas.
Para finalizar querido hermano recibe  en representación de todos los médicos de Chiquián y de la provincia de Bolognesi nuestros saludos de reconocimiento a vuestros esfuerzos y preocupación permanente de servicio para todos los residentes en la capital, cuando requerimos alguna atención, o consulta siempre oportuna y desinteresada.
Feliz día médicos.
Viva Daniel Alcides Carrión
Viva Chiquián
Viva el Perú.
La Pluma del Viento

Lima, 6 de octubre de 2013

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