LA VIDA ES PERMANENTE CONTRADICCIÓN


En las playas de Ancón, Santa Rosa, la Herradura, o la Costa verde, los niños contentos juegan con la arena haciendo hoyos, trayendo agua, untándose con arena, cada tanto se remojan en medio de olas y espuma, siempre vigilados por sus padres. En otros espacios observamos a jóvenes que despliegan sus habilidades de futbol en la arena, también los hay más arriesgados que rompen olas desafiando la bravura del mar. Finalmente, todos convergen a la hora del almuerzo,  la madre desbordante de alegría, les ha preparado abundante comida,  se lucen generosos platos de tallarines y arroz con pollo,  los padres levantan el brazo con botellas de cerveza bien heladas en medio de bromas y anécdotas. ¡Qué maravillosos días se pasan en el verano en Lima!. No hay adulto, joven o niño que no tenga esa experiencia. Es el lado alegre de la vida.


Sin embargo, en este verano hay quienes claman: “reír, quien habla de reír, si la vida es dolor, solo dolor”, en medio de extensas noches de soledad en los hospitales, algunos de nuestros familiares y amigos sufren callados su dolor. Sus mentes solo les permiten dormir por cansancio, pues su racionalidad mientras conscientes bloquean su sueño sabiendo el riesgo de su salud y del dolor que su situación les provoca a su  madre, esposa, hijos, familiares y amigos, un dolor mucho mayor que lo que le dan sus heridas y cortes de operación.  

Cuando visité aquel hospital, todo mi cuerpo se zarandeó, como que mis huesos pretendieran quedarse afuera en la calle, temiendo ingresar y saber del mal trato, la equivocación de médicos, enfermeras y personal administrativo que suelen ocurrir. Es que ahí adentro, somos tan indefensos, que hasta desearíamos no entrar. Pero así y todo, ingresamos para ver a nuestros hermanos y amigos. Allí comprendemos que la vida también es dolor. Pero el dolor que no se puede subsanar por nuestra propia voluntad, sino solo cuando ellos estén curados. Es  penoso verlos ingerir alimentos por tubos, o saber de sus heridas que no cierran, o enterarse de errores de instrumentos mal colocados, todos en su debilidad clamando mejor atención con derecho pero difícilmente escuchados.

A la salida del hospital junto a la puerta de mi carro eché lágrimas para desahogar mi dolor contenido, no podía demostrarle debilidad al enfermo ni a sus familiares que lo acompañaban, pero estando afuera, hice el esfuerzo de tirar ese dolor, pero no pude, porque ese dolor me acompaña, nos acompaña mientras algún familiar o amigo siga enfermo.

Considerando que la vida es contradicción permanente, aún en medio de ese ambiente de dolor surge alegría cuando miras a las personas que lo visitan, el solo vernos las caras y compartir ese ambiente, nos dice que nunca estamos realmente solos, siempre hay alguien que nos estima, que siente aprecio y sinceros deseos que nuestra salud mejore. Eso le devuelve vida al hospital, esperanzas, tranquilidad, nos dice que al fin de cuentas, hay solidaridad, y nos ratifica que no debemos estar alejados de aquellos que sufren dolor, debe ser parte de nuestra cultura, por ello desde niños deberíamos aprender de la importancia de estar del lado de los enfermos, de los adoloridos, de los abandonados, saber que nuestra presencia les infunde esperanzas, motivación y anhelos de vivir.

En medio del festivo  verano  que pasamos he vuelto a recordar lo que es la vida, nacimiento y muerte, dolor y felicidad, alegría y tristeza, carnavales y huaycos. Pero esa dualidad no puede ni debe alejarnos de la alegría ni despreciarla o buscarla, sino más bien tener equilibrio, mesura, porque aun estando en el lado del dolor reconoceremos que siempre hay otros en peores condiciones, o que requieren de mayor ayuda, así, conscientes de ello sobrellevaremos mejor nuestros dolores y alegrías que son características contradictorias y permanentes de la vida.

La Pluma del Viento
Lima, 22 de febrero de 2015

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