TÍA ROSITA ALDAVE HOMENAJE PÓSTUMO


Era el mes de marzo, la lluvia caía casi a diario, sin embargo, al inicio de la tarde el amigable sol esforzándose entre nubes obscuras se habría espacio, para darnos alegría e iluminar los prados; sus dorados rayos acariciaban las gotas de la lluvia que habían quedado adheridas a los tejados y hojas de las plantas convirtiendo el paisaje en un manto de perlas que adornaba la ciudad, y también, los caminos se convertían en senderos de brillantes por donde discurríamos acompañados del trinar de aves que contentas salían a gozar y saludar al sol, a veces desde Husgor se levantaba un inmenso arco iris que surcaba el cielo.

Ante esa deslumbrante belleza hacía un alto con mis becerritos mientras los llevaba al corral en la ciudad luego de separarlos de sus madres, sentado arriba en lo alto de la gran piedra que había en la curva de San Juan Cruz, miraba el inmenso valle de Aynin, Pampan, Obraje, Florida, Coris, Timpoc, y a la derecha mis ojos anclaban en el gran Yerupajá.

Frente a ese cuadro, y mirando atraves del horizonte hacia el infinito, la imaginación siempre me llevaba a la pregunta, ¿por qué tanta perfección en la naturaleza, los colores, los sonidos, la nieve, el rio, las plantas, los animales, todos se complementa?.

Me admiraba como en el interior de esa oscura nube casi aterradora, estaba oculta el agua que traía  vida mediante las lluvias. Y, como si todo estuviera debidamente programado para que surgiera y se mantuviera la vida, esa lluvia necesitaba del calor del sol, por eso venía el sol en el momento preciso en el lugar perfecto.

Luego de buscar explicación por esa perfección y cargado de muchas interrogantes y respuestas que mi edad me lo permitía, volvía hacia mis becerritos,  que junto a mi yacían echados, rumiando el tierno trébol y shogla que crecían en abundancia.

Luego mientras veníamos por el camino  bajo el aroma de flores y tierra húmeda, cogía flores silvestres amarillas, blancas y rojitas, unas en forma de globitos y otras como campanillas. En casa hacía un ramito de flores, y las depositaba en la urnita que había en la sala. Al día siguiente, las llevaba a la iglesia para las clases de catecismo, como preparación a la primera comunión, que nos daba mi tía Rosita Aldave, cada sábado a las 14 horas durante el mes de febrero y parte de marzo.
Estábamos muy compenetrados con las enseñanzas de la iglesia y la belleza de la naturaleza, por eso amábamos a los vegetales y animales eran parte de lo mismo.

Yo, había terminado mi primer año en el Seminario San Francisco de Sales de Huaraz, y por tanto era muy lector del evangelio, catecismo y especialmente de la vida de los santos pues era nuestro modo de enseñanza en colegio. A mi tía eso le placía y le encantaba cuando nos poníamos a comentar las enseñanzas de los textos. Además, como seminarista, colaborábamos en el arreglo de la iglesia, particularmente para los domingos, “Ah acuchito, has traído como siempre hermosas flores, estas las pondremos al pie de Santa Rosita, nuestra patrona”.  

En las vacaciones de 1967, hice mi primera comunión, luego de casi mes y medio de aprendizaje, y mi madrinita naturalmente, fue mi tía Rosita.

Hoy (jueves 25-2), cuando regresé a casa como a las 22 horas, mi hermana me comunicó que mi tía Rosita, había fallecido, entonces fui callado hacia el álbum de los recuerdos y encontré la foto de cuando realicé mi primera comunión, mientras lo veía, volvieron recuerdos como las que comenté, siempre pasaba por su casa un día antes de partir a estudiar a Huaraz, ella me habría la puerta con su sonrisa dulce y tranquilizante, invitándome a pasar a su cocinita y servirme algo, que podría ser cancha con queso, papita con queso, me tomaba de los hombros y me llenaba de cariños, entonces le decía, “solo he venido a saludarla tía, mañana domingo me voy al Seminario a continuar mis estudios”, entonces ella me alagaba, me ponía un rosario en mi bolsillo y abrazándome me decía, “estudia bastante, no te preocupes de tu mamá, yo siempre estoy con ella, los meses pasan rápido, y ya estarás nuevamente con nosotros”, me daba un beso y salía  contento pues me llevaba la bendición de mi madrinita, y mucha fortaleza en la mente y corazón.

Con este pequeño recuerdo que les comparto queridos amigos, quiero rendir un corto homenaje a la Sra. Rosita Aldave, que representó para la los chiquianos residente en Lima, toda una vida dedicada al amor al prójimo, su compromiso permanente con la iglesia, con su sonrisa, abraso y palabras, siempre recibíamos el estímulo tranquilizador para seguir bregando en la vida.

Por ello, nuestras sentidas condolencias a Mery, de manera muy especial, y a sus familiares, quienes en medio del dolor, se deben sentir orgullosas, porque tía Rosita, con seguridad tienen un lugar muy especial en el corazón y sentimiento de todos los chiquianos que tuvimos la suerte de conocerla.

Descansa en paz tía Rosita.

La Pluma del Viento
Lima, 28 de febrero de 2016

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