FIESTA DE AGOSTO REENCUENTRO EN CHIQUIÁN
Como lucecitas titilantes navideñas brotan en mi
mente, escenas de la fiesta del 30 de agosto de mi pueblo Chiquián - “Espejito
de Cielo”- cuando se aproxima esta fecha. No importa el lugar donde me
encuentre: España, Estados Unidos, Brasil o Argentina. O dentro del Perú, desde
Tacna a Tumbes, costa, sierra o selva.
Esta manera de ligarnos profundamente a las costumbres
de nuestros pueblos o lugares de nacimiento es lo que representa nuestra
cultura: comidas, bailes, música, lugares, ropas o lenguaje. Son nuestros
signos de identidad colectiva. Están unidos a nuestro ser. Superan nuestra
racionalidad. Por eso, cuanto más lejanos y separados estamos, añoramos más,
queremos más a nuestra patria. Eso lo dicen, todos los que sienten ese vacío
que representa la distancia. Por ello, si se da la oportunidad, procuramos que
las vacaciones del año coincidan con la semana de la fiesta. Y, si estamos en
Lima, basta un sábado o domingo, o hasta algunas horas para acompañar el día
central del 30: asistir al Tedeum, y luego a la fiesta en la casa del Capitán.
Es que los sabores saben especial, sea por la
leña, las inmensas ollas, los secretos de los cocineros. O porque te
reencuentras con amigos de la niñez, con quienes volver a contarse anécdotas,
acompañados del sabroso chinguirito se vuelven inolvidables.
No hay diferencias, ni preferencias por grados o
títulos. Todos volvemos a ser iguales, hasta inocentes como en la niñez.
Hombres y mujeres, nos arrumamos cerca de los fogones de las cocinas de los
funcionarios, a quienes visitamos para corresponder y degustar su amabilidad, y
bailar desinhibidos todos los huaynos que nuestra memoria ansía recordar.
Hoy que la tecnología acompaña a cada visitante,
se multiplicarán las fotos y filmaciones. Pronto seremos famosos artistas
improvisados, en los youtube, facebook o blogs. Imágenes, que se harán
imborrables.
Desde Conococha iremos descendiendo por la vía
arreglada, escuchando a la eterna orquesta Ritmo Andino de Huasta, o a Nieves
Alvarado. Nos apearemos en el mirador de Shincush, para fotografiarnos, con
telón de fondo el Huayhuash y su insignia el Yerupajá. !!Qué viva mi tierra!!,
clamaremos, aspirando profundo el aire limpio de una naturaleza indomable,
recordando al justiciero y héroe chiquiano Luis Pardo.
Desde arriba miraré el valle hermoso de Aynín,
los pueblos de Aquia, Huasta, Rampón y Pam Pam. Los tejados rojizos de las
casas, el campo de Jircán, la plaza de armas, todo ello me devolverá mi
historia. Ingresaré a las entrañas de mi pueblo, por sus angostas calles,
tocaré con mis dedos, hecho neuronas, las míticas casas de las familias
acomodadas. Ingresaré a las oscuras tiendecitas de barrio arriba, que de niño
me daba temor, porque a la distancia su aroma a ron, denunciaba dolor y
pobreza.
Caminaré por las chacras de Mishay, Huarampatay,
Pacra, Chinchu Puquio o Cochapata, y abrazaré el barro, comeré su sabor, sentiré
su olor, porque eso añoré años, estando distante. Esos sentimientos y emociones
me mantuvieron, pendiente de ti añorada tierra. Me alejé de ti, no porque
quería, nunca lo hubiera hecho. Salí, porque mis padres se propusieron darme
mejores oportunidades de estudio, o porque quise trabajar, y allí tierra
querida, no había empleo.
Pero no vine a reprocharte, sino a agradecerte, a
cantarte que te amo, y a decirte que volveré a tu seno cuando mi vida termine
para acompañarte eternamente.
La Pluma del Viento.
Lima, 21 de agosto de 2011.
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