PAZ Y ARMONÍA: EL SENDERO DE LA ESENCIA HUMANA

 


Seguramente, como ocurre en nuestra comunidad limeña, en el ámbito nacional y hasta mundial, nos sentimos estremecidos por la alarmante inseguridad que se manifiesta en nuestros tiempos. Esta realidad nos invita a reflexionar profundamente sobre lo que somos y hacia dónde caminamos.

En este espacio hemos comprendido que el ser humano es, en su esencia más profunda, una estructura que combina lo biológico con lo social. Somos seres que generan información, pero que también la reciben y procesan. A partir de esto, construimos el sendero de nuestra vida y trazamos nuestro destino.

Desde el ámbito biológico, llevamos en nuestro ser miles de años de evolución que nos han dotado de ciertas características inherentes. Richard Dawkins, en su libro "El gen egoísta", al cual siempre recurro, nos recuerda que somos "un carruaje mortal que transporta un gen inmortal". Este gen, que impulsa nuestro egoísmo, nos ha permitido sobrevivir. Sin embargo, la grandeza humana radica en nuestra capacidad única de pensamiento y conciencia. Somos la única especie que puede reflexionar sobre sí misma, comprender su historia, analizar su presente y anticipar su futuro. A través del conocimiento somos capaces de transformar nuestro egoísmo natural en altruismo: entregarnos al bien común.

En este contexto, siempre evocamos a Ortega y Gasset, quien sabiamente expresó: "Soy yo y mis circunstancias". Esto significa que nuestra esencia no se limita solo a nuestra naturaleza biológica, sino que se completa y expande a través de nuestra interacción social. Necesitamos convivir, cooperar y construir juntos.

Asimismo, Eric Fromm, en su obra magistral "El corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal", nos ofrece luces sobre nuestra dualidad interna. En nosotros coexisten dos poderosas fuerzas: la biofilia, el amor hacia la vida que nos impulsa a preservar nuestra existencia, y la necrofilia, una peligrosa inclinación hacia la destrucción, la inmovilidad y la muerte.

Estas contradicciones internas nos interpelan cotidianamente con la pregunta esencial: ¿Qué prevalece en nosotros, la vida o la muerte? ¿Cuál es verdaderamente la esencia humana?

Al meditar serenamente sobre estas cuestiones, en nuestro íntimo rincón de ideas, surge con claridad la convicción de que nuestra esencia auténtica es la paz, una aspiración profunda que solo se concreta mediante la armonía. Estas dos palabras, paz y armonía, merecen una constante reflexión, pues solo viviendo en equilibrio con nuestros semejantes y con la naturaleza lograremos esa anhelada paz.

Como nos recuerda el mensaje cristiano, se trata del amor al prójimo, pero también del amor hacia nuestro entorno natural. La Tierra, llamada cariñosamente "Gaia" por algunos pensadores, es un ser vivo que responde a nuestras acciones. El cambio climático es un claro ejemplo de la reacción poderosa de la naturaleza cuando la tratamos con descuido o indiferencia. Cada pequeña acción en nuestro entorno inmediato, por mínima que parezca, influye en el equilibrio global, tal como nos lo muestra el efecto mariposa, frecuentemente mencionado aquí.

Nuestra existencia está influenciada por la selección natural mencionada por Dawkins, donde el egoísmo puede provocar conflictos. Sin embargo, poseemos una herramienta única y poderosa: la razón. Con ella construimos conocimiento y podemos elegir el altruismo y la cooperación sobre la competencia y el conflicto.

Un conmovedor ejemplo es el caso de Ruanda, que tras la profunda tragedia del genocidio de 1994, mostró al mundo que incluso las heridas más hondas pueden sanarse mediante reconciliación y trabajo conjunto, demostrando así la infinita capacidad humana para la regeneración y la paz.

La armonía que perseguimos no solo debe ser social sino también ecológica. Debemos cuidar nuestro vínculo vital con la Tierra, porque una sociedad armoniosa no puede existir en un entorno dañado. La deforestación, la contaminación y la pérdida de recursos esenciales como el agua y el suelo fértil son amenazas directas a nuestra propia supervivencia. Amar a la Tierra significa comprometernos con prácticas sostenibles y protectoras.

Queridos oyentes, cuando hablo de paz y armonía no son solo conceptos abstractos, sino fuerzas vivas que se complementan y fortalecen mutuamente. La razón impulsa nuestra capacidad de altruismo y cooperación, mientras que el corazón nutre nuestro amor hacia los demás y hacia la naturaleza. Juntas, estas fuerzas nos permiten alcanzar un verdadero equilibrio.

En países de Centroamérica han comenzado a surgir ecoaldeas, ejemplos vivos de comunidades que combinan sostenibilidad ambiental con cohesión social, demostrando que un mundo armonioso no es una fantasía, sino una posibilidad real y cercana.

Finalmente, quiero recordarles que la paz es inherente a nuestra humanidad, pero requiere armonía para florecer plenamente. Al cultivar amor y respeto hacia nuestro entorno natural, superamos nuestros instintos egoístas y sentamos las bases para un futuro más justo y equilibrado.

Por eso los invito, mientras compartimos este desayuno dominical, a reflexionar sobre esta pregunta: ¿Qué acción podemos emprender hoy para sembrar paz y armonía en nuestro entorno más cercano, en nuestra familia? Cada pequeño esfuerzo es vital y tiene un impacto profundo en nuestra comunidad y en nuestro planeta.

Como siempre nos recuerda el gran maestro Mahatma Gandhi: 

"No hay camino para la paz, la paz es el camino".


La Pluma del Viento

Lima, 25 de mayo de 2025

NOTA: 

En base al programa de radio, del domingo 25.5.25,  "El Zaguán de Oro Puquio", programa número 21 titulado: "La esencia humana: Paz y armonía".

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