EL CAMINANTE Y EL COBIJO
Ahí viene aquel caminante. Su marcha parece pesada; se nota que necesita descanso. Abrámosle espacio y démosle cobijo —¿De dónde vienes, amigo esforzado? ¿Acaso andas solo y sin rumbo? Si no deseas responder, no lo hagas; se nota que caminas desde hace buen rato. Extendió su manta sobre la arena calma, preparó un vaso de café y se lo alcanzó. Notó que el desconocido apoyó la sien y se durmió. Comprendió entonces que su abrigo había sido útil. De pronto, el caminante despertó. Abrió su mochila, sacó unas hojas escritas y garabateó letras nuevas. Preguntó dónde estaba y quiénes éramos. Luego dobló una hoja, hizo un avión y la lanzó al viento. En ese instante, el papel se transformó en ave. Sus alas se agitaron entonando himnos; el cielo se abrió, los ángeles cantaban, y la playa se iluminó. El sol agradeció el gesto. El caminante tomó su mochila y continuó su viaje, aliviado. Yo me quedé en paz, maravillado: la ayuda siempre es un acto divino