EL CAMINANTE Y EL COBIJO


Ahí viene aquel caminante.
Su marcha parece pesada;
se nota que necesita descanso.
Abrámosle espacio
y démosle cobijo


—¿De dónde vienes, amigo esforzado?
¿Acaso andas solo y sin rumbo?
Si no deseas responder, no lo hagas;
se nota que caminas
desde hace buen rato.

Extendió su manta sobre la arena calma,
preparó un vaso de café y se lo alcanzó.
Notó que el desconocido apoyó la sien
y se durmió.
Comprendió entonces
que su abrigo había sido útil.

De pronto, el caminante despertó.
Abrió su mochila,
sacó unas hojas escritas
y garabateó letras nuevas.
Preguntó dónde estaba
y quiénes éramos.
Luego dobló una hoja,
hizo un avión
y la lanzó al viento.

En ese instante,
el papel se transformó en ave.
Sus alas se agitaron entonando himnos;
el cielo se abrió,
los ángeles cantaban,
y la playa se iluminó.
El sol agradeció el gesto.

El caminante tomó su mochila
y continuó su viaje, aliviado.
Yo me quedé en paz, maravillado:
la ayuda siempre es un acto divino

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