CUADERNO DE OCTUBRE: ENTRE EL ESFUERZO Y EL DESCANSO
PRESENTACIÓN
Entre los días 22 y 25 de octubre de 2025, en medio de semanas exigentes de preparación académica y reflexión personal, escribí cuatro textos que nacieron de la necesidad de detenerme, observar y comprender.
Son apuntes espontáneos, surgidos entre el escritorio, la cama y una cafetería, donde el cuerpo cansado y la mente despierta conversaron con sinceridad. En ellos se cruzan la rutina, la enseñanza, la escritura y la búsqueda de sentido.
Al releerlos, descubrí que forman un mismo trayecto: del compromiso al sosiego, del esfuerzo a la decisión de descanso. Por eso los reúno aquí como una unidad, un pequeño cuaderno de octubre, donde la palabra me ayudó a respirar y a comprenderme
NOCHE DEL PRESENTE
Esta noche es una de esas últimas que separan el antes y el
después. No se trata de vida o muerte, del todo o nada. Sino de dar
cuenta del compromiso, de la responsabilidad frente al trabajo y la palabra
empeñada.
“No te queda otra —me digo—, lo prometiste. Para eso te
contrataron.”
Tantas veces he pasado por situaciones similares, y sin
embargo, la memoria es tan “inteligente” que las olvida. Así, cada vez parece
una experiencia nueva.
A los setenta años, los antes y los después casi no
existen. El futuro se acorta tanto que solo queda el pasado y el
presente. O quizá solo el presente, porque el pasado ya se ha desvanecido.
Si es así, la preocupación por los trabajos que aún asumimos
tal vez ya no merezca tanto esfuerzo y dedicación. Quizá sea hora de
dejarla y simplemente vivir lo que existe: el presente.
Escribo esta nota, acompañado de música instrumental suave,
de esas melodías que no se sabe de dónde vienen, pero nos envuelven en calidez,
abrazo y comprensión.
Son las 22:20 horas. Es la primera vez que escribo recostado
en la cama. Lo hago movido por el deseo de registrar esta escena: trabajar
a los setenta años no tiene gracia. Aunque suene contundente, debo
cumplir con mi compromiso.
Preparé algunas láminas para el primer evento de hoy; podría
haberlo hecho mejor, pero no hubo tiempo. Diría lo mismo del segundo evento —el
más importante y exigente—, al que también debo presentarme con entereza.
Esta nota es, entonces, una promesa conmigo mismo: no
asumir más responsabilidades, sino vivir el presente, porque es el único
futuro que queda cuando se llega a los setenta.
Te sientes solo, aunque no triste; tranquilo, con el deseo
de ordenar la mente, de dejar constancia de lo que acontece. Y aunque esto
no sea una obra de arte, es tu alegría, tu paz. Y eso, simplemente, vale
todo.
Esfuerzo para seguir caminando
ESFUERZO PARA SEGUIR CAMINANDO
Luego de atravesar una semana cargada de tareas, llegamos a
este día. ¿Más tranquilo? No tanto. Aún debo terminar una presentación
para el mediodía, un compromiso que asumí por colaborar. Y la semana que viene
será tiempo de preparación: la entrega del Informe 2 de la
consultoría que he aceptado. Será, sin duda, la semana más densa del año:
informe, seguimiento de cursos y la preparación de dos sesiones de la Unidad I
para mis clases de doctorado de los martes y jueves.
Cuando se observan estas actividades desde días previos,
parecen imposibles de enfrentar con éxito. Sin embargo, el hecho mismo de tener
que hacerlo trae cierta calma: “vamos a ver qué resulta.” Nos
dedicaremos con responsabilidad, presentaremos lo que surja y nos apoyaremos en
la experiencia.
No hemos salido a recorrer la ciudad. Si antes no lo
hacíamos por el trabajo y los horarios comprometidos, uno pensaría que en la
jubilación —sin horarios, sin entregas— sería diferente. Pero ha ocurrido lo
contrario: el tiempo sin horarios puede ser igual o más exigente, porque desde
casa surgen compromisos que nos llevan a continuar apoyando proyectos,
impartiendo clases o respondiendo consultas, siempre con la misma entrega de
antes.
Mirándolo desde un balcón neutral, no queda más que optar
por el descanso. Seguir así es asegurar una intranquilidad permanente. Estamos
en tiempo de jubilación, de calma. Y eso significa preocuparse por
uno mismo, poner en prioridad la propia persona: por la edad, por el
merecimiento o, simplemente, por el derecho al sosiego.
Reconozco que ya no hay tiempo para estar en la tribuna
aplaudiendo mientras otros protagonizan.
Si he de trabajar o asumir responsabilidades, que sea para liderar proyectos
propios, aunque sean pequeños, y no seguir siendo parte de engranajes donde el
esfuerzo personal se diluye en el brillo ajeno.
En esta etapa de la vida, el verdadero propósito no está en competir ni en
figurar, sino en crear con autonomía y compartir
nuestra experiencia.
Por eso, decidí no viajar a presentar mi libro. No era
el momento de añadir más cansancio ni de asumir esfuerzos que no correspondían
a mi actual ritmo de vida. A veces, renunciar a una invitación no
es desistir, sino cuidarse. Cada decisión también enseña a valorar el
equilibrio entre lo que damos y lo que conservamos para nosotros.
En cuanto a la salud, es inadecuado seguir con horarios
esclavizantes que impiden dedicar tiempo a actividades saludables. Ni siquiera
hay espacio para caminar en casa, menos aún para asistir a centros de
rehabilitación o consultas médicas preventivas. Uno se dice: “como
no me duele nada, ¿para qué ir?” Pero eso es un error: la
prevención también es una forma de respeto hacia uno mismo.
Otro aspecto postergado es el reconocimiento
personal. Hay tantas ideas por concretar: crear un espacio propio,
llevar al público el conocimiento acumulado, organizar un encuentro donde
compartir  nuestra  experiencia. Un evento cultural, quizás,
una Noche del Saber, en la que el conocimiento y la palabra se
encuentren.
También he dejado de lado los viajes, nacionales o
internacionales. Pasear semanas mirando, visitando lugares… no me atrae. No
sabría qué hacer: ¿mirar su belleza, visitar sitios históricos, tomar
fotografías? Pero todo tan acelerado, pendiente del hospedaje, del regreso, de
la comida. Tengo la sensación de que eso no sería mi descanso. Sin
embargo, es así como muchos hacen turismo: visitar, admirar, registrar
imágenes.
Quizás mi motivación sería otra: escribir sobre lo
que visito, acompañarlo con fotografías o reflexiones, compartirlo como un
testimonio de vida.
Aquí la palabra clave es descanso. Aunque,
para mí, el descanso pasa por escribir. Y escribir siempre me llevará a
producir libros o a organizar algún evento cultural cada tres o cuatro meses:
mostrar lo hecho. Así como los pintores tienen sus exposiciones, yo tengo
mis palabras.
Esta nota es un balance de motivación. Superamos una
semana difícil, y se avecina otra igual, pero aquí estamos: enfrentándola y
superándola.
Todavía hay fuerza y motivación en esta mente y en este
corazón.
MI APOYO Y A CONTINUAR
Cuando sacó el rostro a la superficie,
supimos que llegaría a la meta.
Aquel atleta no se dejaría vencer fácilmente;
sus pergaminos mostraban su gran resiliencia.
La vida pasaba como un álbum:
en ese corto viaje volvieron las batallas,
enseñar a los nuevos, colaborar con amigos,
cumplir contratos… y también escribir.
El día tiene veinticuatro horas, pero hay que descansar.
Las responsabilidades lo estructuran todo:
qué comer, cuándo hacerlo, y cómo.
Casi nada depende de uno, y en paz.
Hay que superponer las actividades:
dormir pensando en la enseñanza,
hacer deporte mirando conferencias,
leer información mientras se escribe a hurtadillas.
Esa rutina cargaba la mochila,
tan pesada como de veinte kilos;
y así salía a la ciudad, debía exponer,
diálogos de dependencia y de aceptación.
En su oasis, en su punto de apoyo,
comparte sus peripecias, desahogándose.
El viento, el silencio y su soledad lo entienden:
juntos reconstruyen su nave y descargan la mochila.
El viaje continúa, más recompuesto;
sabe que todo tiene su fin.
Cuando termine esta caminata,
volverá a su memoria y beberá paz.
Así que hoy terminó el ejercicio:
se nutrió de alimento divino,
compartió sus partículas con el universo,
retomó cantos e ilusiones, y volvió repuesto
DECISIÓN DE DESCANSO
¿Por qué hay lugares donde parece casi una obligación
registrar nuestra huella? Y más aún, si es con un café más una
torta. Seguro que hay algo de bioquímica en eso… y el cerebro lo sabe.
Hago esto cuando llega ese día de la semana y esa hora. Así
como en mi barrio, cuando era joven universitario y llegaba el sábado: la
muchachada convergía, por ley no escrita, al campo de la comisaría —la loza
deportiva— entre las diez y las doce del día.
El descanso, la placidez, la tranquilidad brotan como un
manjar: se unen todos los caminos para llegar a este momento y a este espacio.
Esta vez, mi recuerdo quiere contar cómo se siente uno
después de un trajinar intenso, marcado por conferencias y presentaciones. Los
temas interesan, gustan, motivan… pero también ocupan. Pasar el tiempo
puede ser un entretenimiento o un compromiso, según el propósito que lo
impulse.
Cuando se trabaja con horarios estrictos, se asume que es
parte de las responsabilidades. Dar charlas, preparar clases, presentar
informes: todo forma parte del trabajo. Sin embargo, cuando el compromiso
nace del deseo de compartir lo aprendido, la invitación resulta más difícil de
rechazar —sobre todo si proviene de un amigo o de alguien que uno aprecia.
Y así, al ir desarrollando la presentación, reconoces que
hay una audiencia, y que incluso podrías mejorarla, ampliar el tema, hacer de
ello un texto más elaborado, o hasta abrir un canal de divulgación.
Pero, aunque suene atractivo, todo eso implicaría nuevamente compromisos,
horarios y regularidad, es decir: trabajo. Y eso es precisamente lo
que, en esta etapa de la vida, no debería imponerse.
La energía y la salud que aún acompañan deberían destinarse
al descanso, al gozo, a la contemplación. A los viajes, a los paseos, a visitar
museos, a observar el mundo sin la presión de rendir cuentas.
Ese es el conflicto: por un lado, el conocimiento acumulado
y la gente que aún desea escucharte; por el otro, la certeza de que el tiempo y
la salud son frágiles. 
Entonces, ¿qué hacer? Retorna inevitable la pregunta:
¿seguir el mismo trajín de conferencias, cursos y charlas, que exigen
preparación constante? ¿O dejar que ese ciclo se cierre, para disfrutar del
poco tiempo y salud que quedan, viajando, escribiendo, observando, aunque pocos
lo lean?
Tal vez ese sea el final más agradable de una vida.
Deportivamente hablando, siempre es mejor retirarse
cuando aún se está bien y acompañado del público, que hacerlo cuando ese mismo
público te ve dar lástima en el gramado
EL CIERRE
Este Cuaderno de octubre no pretende enseñar, sino compartir.
Surge del deseo de dejar constancia de un proceso interior: el tránsito de la exigencia al descanso, de la prisa al sosiego.
Escribir, como siempre, fue la manera de pensar, de agradecer, y de reconciliar la mente con el cuerpo.
Cada texto es una estación; juntos forman un mapa de introspección que bien podría llamarse el arte de seguir viviendo con serenidad.
La Pluma del Viento
Lima, 26 de octubre de 2025



 
 
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