ENCUENTRO NUCLEAR POLVORIENTO


Habían pasado csiete meses desde mi jubilación cuando volví a aproximarme al reactor. Fui solo, en mi movilidad. RACSO queda a unos cuarenta y cinco kilómetros del centro de la ciudad y el trayecto, aunque conocido, ya no era rutina. Era distinto: no iba a trabajar, iba a volver.

Allí me encontré con los amigos de siempre. Algunos llevan treinta, otros cuarenta años de servicio. Ellos siguen trabajando. Yo ya no. Era la hora del almuerzo y, como tantas veces antes, alguien dijo con total naturalidad: “Vamos a almorzar”. Y fuimos.

Bajamos a un pequeño restaurante al costado de la carretera, de esos que conviven con el polvo, el tránsito y el sol inclemente. Nada especial a primera vista. Allí almorzamos comida sencilla, de sabor conocido, y bebimos una cervecita sin apuro. No hubo discursos ni nostalgias declaradas, pero todo estaba allí: el tiempo compartido, el oficio común, la amistad que no necesita explicarse.

Fue en ese momento —entre el plato servido, el polvo suspendido en el aire y las conversaciones que retomaban su cauce natural— cuando nació el texto. No como un homenaje planificado, sino como una reacción espontánea, casi inevitable, de alguien que reconoce que ciertos lugares no se abandonan del todo.

De ese almuerzo nació Almuerzo nuclear.


ALMUERZO NUCLEAR

Como una saeta viajo,

casi entre nubes, levitando.

Vienen a mí el viento

y las colinas marcianas de RACSO.

 

En este lugar, el tiempo y la memoria

se dan un abrazo de eternidad.

El corazón, algo aturdido,

solo atina al brindis

por la amistad

y el compromiso.

 

En el restaurante de la esquinita humilde,

donde el polvo inunda el cielo sin permiso,

está el punto de encuentro

a la hora del almuerzo.

Aquí la papa a la huancaína o la carapulcra

me reconocen

y piden una Pilsen helada.

El saluu se hace sonoro

mientras el sol aplaude.

 

No ha pasado ni un año

y ya te extraño,

ambiente de radiaciones.

No importa que digan

que eres estancia

distante y solitaria;

no valoran tu silencio

ni tu frescura,

alimentos que la mente aspira.

Yo te extraño:

soy de esencias,

poco de apariencias.

 

Mientras escribo, llega el menú,

como siempre generoso

en sabor

y en amistad.

 

Están en la mesa los mismos amigos

de treinta o cuarenta años de entrega,

vigentes aún

en sabiduría y memoria.

Hicieron un alto en este mediodía

porque aquel que se fue

ha vuelto.

Y juntos recordamos, alegres,

nuestro sello de pertenencia nuclear


La Pluma del Viento

Hurangal, 4 de diciembre de  2025


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