MURPHY SIEMPRE ACOMPAÑA AUN CUANDO NO LO INVITES
Mientras discurren los segundos,
me pregunto: ¿Qué hago aquí solo?, ¿Acaso no podía quedarme en casa?. No se debe al hecho que soy soltero,
consecuentemente no tengo a nadie que pregunte por mí, ni soliciten puntualidad
a la hora del almuerzo. Sino que al salir de casa con una agenda determinada la
varié en el camino, producto que mi
primer objetivo de lavar el carro no se cumplió, no tomé las providencias de
asegurarme si habían lavadores de carro,
un domingo a la 1 de la tarde, luego de lavar el carro continuaría a otro lugar
y volvería como a las 7 de la noche. Así que no habiendo lavadores en diversos lugares, decidí
volver a casa. Estaba completamente seguro que habría alguien, mi madre, hermana o
sobrino. La realidad fue otra, no había nadie a las 2 de la tarde.
“cómo puede ser esto, ahora que
no cargo la llave no hay nadie, mientras todos los días que los llevaba en el
maletín, nunca las usé, pues siempre había alguien en casa, para abrirme tan
pronto sonaba el claxon”.
Esta vez había tocado una, dos, hasta tres veces. Como nadie se apersonó a abrir la puerta para
chequear quién tocaba el claxon, decidí bajar del auto y tocar el timbre y la puerta. Lo
hice y nadie respondió.
“Es un hecho, no hay duda. Ahora
que estoy sin llave, justo han salido todos. Ellos creyeron que llevaría conmigo
la llave, por eso se fueron”. Rápidamente me pasó por la mente, “Murphy tenía
razón: “Aunque exista una sola probabilidad de que algo falle, entonces , fallará”.
Sigo escribiendo en esta mesa, el
ceviche ya vino, lo consumo lentamente. “si las palabras derramaran aromas, sentirían
el típico ambiente de cevichería una
mezcla exótica de ajíes, cebolla, limón, perejil y cerveza”.
El plato del ceviche es especial
para los que escribimos en cualquier lugar porque “no hay cuidado de si se enfría”. Por
el contrario frío es más rico.
El bolígrafo rueda imparable, de
rato en rato ingiero una cucharada de ceviche el ambiente es perfecto, no
extraño nada, estoy en otro mundo viajo por los surcos de tinta sobre el papel.
Hago un alto solo para beber, el vaso de cerveza, que no debe calentarse. ¡Salud Acucho! Me grito yo mismo.
Por la ventana que da al parque
del barrio de Ingeniería a una cuadra
del hospital del Rímac, veo pasar a jóvenes enamorados que miran hacia adentro dando la sensación que
anhelarían entrar a comer algo, pero siguen de largo porque no podrían pagar, a
ellos les falta dinero pero les sobra amor. Los miro ni me conocen ni yo
tampoco. Entonces me vuelve a la mente mis años de forastero en el extranjero,
donde era completamente desconocido y podría sentarme en cualquier restaurante
y no encontrar a alguien conocido. Allá lo comprendía, pero aquí a unas dos
cuadras de casa, ocurría lo mismo. Cómo
cambian los tiempos o mejor cómo se renueva la gente, los mayores pasamos a ser
desconocido de los jóvenes. Son los ciclos de la vida.
El fuerte sonido de cumbias peruanas,
norteñas y amazónicas, mezcladas con el eco de los diversos diálogos de los comensales,
no permite recibir con nitidez algunas palabras, ni siquiera de los vecinos más
próximos que están a no más de 2 metros.
Estoy en una isla, o en una celda, igual da estar en ingeniería o en Buenos
Aires o Sao Paulo. En cualquier caso el almuerzo en casa solo, es triste, así
que prefiero estar aquí en medio del bullicio que volver a casa y no hallar a
nadie.
“Al mal tiempo buena cara”, me digo mientras
doy las últimas cucharadas al cevichito.
Al menos esta soledad me permitió escribir algo.
Antes de poner fin a la historia,
les digo que cuando Murphy se hace presente, no queda más que llevarle la
corriente y vencerlo con calma. Esta nota la estoy escribiendo en hojas de
papel bond, y no en mis cuadernos, que porto en mi cartera, porque tampoco los
tenía allí, sí estaban la cámara fotográfica, la grabadora de voz, lentes y
lapiceros.
Eso me di cuenta apoco de ingresar al restaurante y ubicarme en esta mesa cerca a la venta e ingreso de luz natural, mi lugar preferido. La moza me dejó la carta para elegir el plato, luego se retiró, pero como demoraba busqué mi cuaderno en la cartera y no estaba. Entonces para corregir esta coincidencia de hechos fallidos que denotaban con certeza la presencia de Murphy (“Cualquier cosa que pueda ir mal, ... irá mal”), dejé el restaurante y fui a buscar alguna librería a Habich. Compré 6 hojas y volví, así creo que ya doblegué a Murphy o en todo caso estoy llevándome bien con él.
Eso me di cuenta apoco de ingresar al restaurante y ubicarme en esta mesa cerca a la venta e ingreso de luz natural, mi lugar preferido. La moza me dejó la carta para elegir el plato, luego se retiró, pero como demoraba busqué mi cuaderno en la cartera y no estaba. Entonces para corregir esta coincidencia de hechos fallidos que denotaban con certeza la presencia de Murphy (“Cualquier cosa que pueda ir mal, ... irá mal”), dejé el restaurante y fui a buscar alguna librería a Habich. Compré 6 hojas y volví, así creo que ya doblegué a Murphy o en todo caso estoy llevándome bien con él.
Ahora siendo las 4:03 de la
tarde, dejo en el plato solo la mitad del camote, y una rodajita de ají limo,
el sabor fue increíble, terminé un plato de ceviche sólo, nunca lo había hecho, sin embargo ese
improbable ocurrió. Por eso concluyo
diciendo que hoy toda la tarde estuve acompañado de Murphy, y lo supe tratar
bien, tanto que me acompañó a escribir esta nota.
Salud, Murphy!, Salud Acucho!.
La Pluma del Viento
Lima, 16 de diciembre de 2012
NOTA.
Llamé por teléfono a casa, antes
de dejar el restaurante y me contestó mi madre, entonces salgo seguro que habrá
alguien.
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