EL ANTICUCHO DE DOÑA GRIMANESA: UNA INSIGNIA CULTURAL VIGENTE 40 AÑOS






Es viernes, 4:20 p.m., ha concluido el trabajo. La tarde está nublosa, brumosa, fría.... La llovizna no había cesado durante el día, al contrario se estaba incrementando. En esas condiciones dejamos el lugar de trabajo, el Centro Nuclear RACSO, en Huarangal, Carabayllo. El auto estaba completamente sucio, huellas de un trajín sobre charcos. Por momentos el paisaje se parecía a una tarde lluviosa de enero en Chiquián.

Durante el descenso de casi 500 m hacia Puente Piedra, se veían piedras caídas, desprendidas por la intensa llovizna lo que proponía un manejo cuidadoso. El ambiente se iba aclarando conforme descendíamos y llegábamos a Lima.

El hecho de ser viernes ponía en la mente un conflicto ir a casa o darse unos minutos de relajo tal como cenar en algún restaurante o tomar algún traguito y conversar, como intentando sobreponerse al estrés y cansancio de la semana. Pero, ¿a dónde ir?, la pregunta nos incomodaba pero era ineludible. Los nombres parecían borrarse de la memoria, como si la naturaleza pretendiera llevarnos directo a casa. Procuro recordar algún lugar sea para un anticucho, o bife, o pizza. ¡Pero no resulta, qué problema!

Por suerte, mientras cruzábamos la Av. Universitaria con la Marina, pasa un vendedor de libros piratas, y me ofrece el de Gastón, ¡Oh qué maravilla!. ¡Eso es lo que necesito!. Exclamé como si hubiera ganado la lotería. Nuestra primera opción, considerando el frío, fue buscar la dirección de la campeona del Mistura 2009, la TÍA GRIMA y sus famosos anticuchos. Allí en el libro pirateado, de 8 soles, busqué la letra A, y “anticuchos”, en primer lugar resaltaba, “La Grimanesa”, 40 años haciendo el mismo sabor, en el mismo lugar, con la misma carretilla. Sabido es que el anticucho, para el limeño y luego para el peruano, ocupa el primer lugar de su menú callejero, es una alternativa insustituible al bolsillo “misio”.

Recuerdo en mi época de estudiante (en los 70), en alguna esquina del barrio, desde el cono norte, Rímac, Breña, Lince, Santa Cruz, hasta el cono sur, se encendían las brasas y los carbones enrojecían, justo cuando decaía la luz de la tarde. Su precio estaba siempre al alcance del sencillo que nuestra escaza propina acumulaba: un sol el palito, o dos soles si acompañado de rachi o pancita y papita; la clásica porción, que se iluminaba con el ají picante. Los que tenían una monedita más, le añadían choclo. Si por alguna razón eras un transeúnte callejero en barrio ajeno, sacabas una moneda de sol, comprabas un palito, saboreabas medio con disimulo y luego seguías tu camino más reconfortado.

El anticucho es nuestra comida rápida, el equivalente al KFC, o McDonald americanos, pero el nuestro es más sano, y siempre está al alcance de la última moneda del bolsillo agujereado. Lamentablemente, o por bendición para los que gustamos de hacer calle, este generoso plato, no se suele hacer en las casas; por lo que, al anochecer y en la esquina de siempre, los jóvenes o madurones, se reunían para mirar a las nuevas del barrio, a los pimpollos que estaban brotando, y porqué no a las tías. Así, bajo el aroma del humo aderezado, los minutos se hacían únicos, entretenidos, especiales, allí, hacían de las suyas el flaco “tripa”, narrador de cuentos insuperable, o el “chato jinete de piojo”, blanco de todas las chapas. Mientras silbábamos ingiriendo aire para aliviar el picante, pasábamos revista a los últimos chismecitos. Los más veteranos hacían gala de estar al tanto de las noticias policiales, y también de su sapiencia política, que por lo general terminaban echando lodo y lisuras a los políticos y gobierno de turno.

Ahora, que el tiempo ha pasado no está la tía de la esquina, dicen que falleció, sus hijos se han dedicado a otras cosas, todos han terminado como profesionales, gracias al esfuerzo de la madre y sus sabrosos anticuchos. Así, los lugares de ayer casi se han extinguido, o se han trasladado a los grandes restaurantes de los barrios de lujo, parrilleras de nombres extraños, no están más al alcance de los niños, de jóvenes o estudiantes sin trabajo. Ahora tenemos que hacer viajes especiales, distantes para encontrar a una de las tías sobrevivientes. Como es el caso del huarique que se resiste a desaparecer, el de la TIA GRIMA, ubicada en Miraflores, en la esquina de Enrique Iglesias cuadra 11 y la Calle 27 de Noviembre.

Ella cual actriz de cine premiada es esperada con ansiedad por los parroquianos que están haciendo cola. Cuando dan exactamente las 7 p.m, la tía Grima, hace su aparición por la imaginaria alfombra roja, viene empujando su carretillita blanca de siempre, en la parte delantera luce oronda el estandarte de Campeona del Mistura 2009. Su orgullo es la foto donde ella yace recibiendo el trofeo ganador de las manos de Gastón Acurio.

Mientras acomoda sus cosas en la esquina, los automóviles sedan o 4x4 comienzan a cuadrarse. La esquina que inicialmente no tenía carros, hasta que ni se notaria que hubiera alguna carreta, se ha copado, sus ocupantes descienden, rodean la carretilla, y observan a doña Grima y sus ayudantes, 2 mujeres y 2 hombres, que demuestran sus habilidades. Los 60 palitos ordenados pulcramente sobre la parrilla desaparecen cada 30 minutos. De rato en rato se levantan lenguas de fuego, ante la caída de gotitas de aceite mientras frotan la carne con el aderezo untadas en brochas hechas de cascara de choclo en un vaivén interminable, acompañados cadenciosamente de punteadas de cuchillo picando la carne para que penetre el insuperable sabor. Fotos y filmaciones se apuran, empero doña Grima ni se inmuta, frente a los flashes. Cuando ya está en su punto, un asistente llama por el nombre y número de ticket, correspondiente al orden de llegada. Allí está registrado cuánto pidió: la porción pequeña de 2 palitos, o la grande de 3, puestos sobre porciones de papa, el costo es mínimo, de 7 y 10 soles respectivamente; la porción de choclo es un adicional y cuesta 2 soles. El ají que pone el equilibrio es a gusto.

La espera de casi una hora tiene su retributo, todos ingerimos sus sabrosos anticuchos en silencio, de tanto en tanto admirados decíamos “es lo máximo”, “razón que la premiaron”, “y los choclos inigualable”, “ojalá que nunca muera y que nunca desaparezca la esquina de nuestra tía Grima “. Lugar especial que nos devuelve la memoria de nuestros barrios, y es sin duda un museo viviente de la calidad de nuestros antecesores, que crearon esto hermosos potajes peruanos. Visitémosla y enorgullezcámonos del sabor peruano. Ella expende diariamente de 7.00 a 11:00 pm.

La Pluma del Viento
Lima, 06 de febrero de 2010

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