VIAJE DE 45 AÑOS EN EL IPEN
Si
la vida es un viaje, el mayor de los tramos está concluyendo, fue a través del
conocimiento, de esfuerzo y pasión por una labor entre radiaciones y neutrones
durante 45 años. Ahora, en la víspera de mi retiro, me encuentro frente a
ustedes en esta cena que me emociona, y lo han preparado con cariño, sintiendo los recuerdos y enseñanzas compartidas.
Al iniciar esta nota me surgió la pregunta difícil de responder pero inundaba mi espacio: ¿Qué es dedicarle una vida al trabajo: 45 años? Hoy, en esta noche especial quiero compartir con ustedes mi respuesta, que se nutre de vivencias, alegrías, aprendizajes y dificultades.
Al inicio: la ilusión del conocimiento.
El
17 de marzo de 1980 ingresé al Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN), el
primer gran centro del conocimiento nuclear en el país. Llegué con la ilusión y
la determinación de un joven que había culminado una maestría en Energía
Nuclear, tras un año de exigente estudio, y había ocupado el primer lugar en la
especialidad de física, tenía todo el entusiasmo por aprender y aportar en la
física nuclear. Éramos apenas un grupo selecto de 13 ingresantes al régimen
permanente. Con apenas 25 años y sin experiencia laboral previa, este lugar se
convirtió en mi primer hogar profesional. Aquí encontré la posibilidad de
explorar un campo fascinante y desafiante, donde me permitió no solo conocer la
ciencia, sino vivirla con intensidad.
El trabajo mi sustento
Más
allá del conocimiento, el IPEN me dio lo que cualquier joven necesita al
iniciar su camino: estabilidad y sustento. Pude colaborar en casa, contribuir
con mi madre, sostenerme con independencia y construir poco a poco mi futuro.
Con el fruto de mi esfuerzo, no solo cubrí mis necesidades básicas, sino que
cultivé una de mis más grandes pasiones: los libros. Mis estanterías comenzaron
a llenarse de obras que devoraba con avidez, y que, hasta el día de hoy, releo
con el mismo deleite de antaño.
Un espacio de crecimiento profesional
Mi
paso por el IPEN no solo me permitió aprender, sino también crecer hasta
alcanzar un sueño aún mayor: el doctorado en física en la Universidad de
Campinas (UNICAMP), Brasil, una de las más prestigiosas del continente. Este
logro no fue solo personal, sino el resultado de un entorno que me desafió
constantemente, que me empujó a dar lo mejor de mí y a superar mis propios
límites. Aquí, en este instituto, forjé mi identidad como científico,
investigador, docente y persona.
Un lugar de recuerdos
imborrables
La
ciencia es un camino solitario en muchos sentidos, pero nunca lo recorrí solo.
En el IPEN encontré colegas que con el tiempo se convirtieron en amigos,
compañeros de jornadas interminables, debates apasionados, triunfos compartidos
y derrotas aleccionadoras. Algunos estuvieron más cerca, otros más lejos, pero
todos, de una u otra manera, dejaron en mí una huella imborrable. Cada historia
compartida, cada enseñanza recibida, se ha transformado en sabiduría que ahora
atesoro y que, seguramente, se convertirán en páginas de mis libros.
Un trampolín hacia el mundo
El
IPEN no solo fue mi segunda casa, sino también el punto de partida de una
aventura internacional. Gracias a la ciencia, crucé fronteras y compartí
conocimientos comenzando por Argentina,
luego Austria, España, Francia, Suiza, Eslovenia, México, Estados Unidos y Brasil. En
cada destino, no solo llevé mi conocimiento, sino que también me nutrí del
mundo, de nuevas culturas, de perspectivas distintas, de amistades que
trascendieron el tiempo y la distancia.
El deporte, mi eterna pasión
Pero
la vida en el IPEN no fue solo ciencia. También fue fútbol, ajedrez, ping pong.
Fue la emoción de la competencia, la camaradería de los brindis, la adrenalina
de la victoria y el aprendizaje de la derrota. Representé con orgullo a mi
división en torneos donde el talento se mezclaba con la pasión. Fui campeón en
más de una ocasión, pero más que los trofeos, me llevo la alegría de esos
momentos de juego, donde el trabajo quedaba de lado por unas horas y solo
importaba disfrutar. Pero también representé a mi institución en campeonatos
con otras del sector energía o también de las instituciones de ciencia del país.
Como fue la Copa Ciencia.
El ocaso de mi viaje
Hoy,
45 años después de aquel 17 de marzo de 1980, miro hacia atrás y veo un sendero
recorrido con esfuerzo y dedicación. Son las 18 horas, estoy en casa, la
televisión está en pausa, y siento el peso del tiempo sobre mis hombros. No es
cansancio por el trabajo, sino por la emoción de este momento.
Mañana
me jubilo, y con ello, se cierra un capítulo inmenso. Sé que esta cena es una
despedida, la última que compartiré con muchos de ustedes. Es posible que no volvamos
a vernos en los pasillos, en los laboratorios, en las reuniones. Pero el cariño
y la gratitud que siento por cada uno de ustedes permanecerán siempre en mi
memoria.
Tal
vez esta sea la última cena, pero no el último recuerdo. Porque los años que
pasé aquí, las amistades que forjé, los conocimientos que adquirí, seguirán
vivos en cada palabra que escriba, en cada enseñanza que comparta, en cada
momento en que mire hacia atrás y sonría, sabiendo que valió la pena.
Gracias,
queridos amigos, por esta despedida. Gracias, IPEN, por haber sido mi segunda casa
durante 45 años.
Hasta
siempre.
La
Pluma del Viento
Lima,
1 de febrero de 2025
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