ENCUENTRO NUCLEAR POLVORIENTO
Habían pasado csiete meses desde mi jubilación cuando volví a aproximarme al reactor. Fui solo, en mi movilidad. RACSO queda a unos cuarenta y cinco kilómetros del centro de la ciudad y el trayecto, aunque conocido, ya no era rutina. Era distinto: no iba a trabajar, iba a volver . Allí me encontré con los amigos de siempre. Algunos llevan treinta, otros cuarenta años de servicio. Ellos siguen trabajando. Yo ya no. Era la hora del almuerzo y, como tantas veces antes, alguien dijo con total naturalidad: “Vamos a almorzar” . Y fuimos. Bajamos a un pequeño restaurante al costado de la carretera, de esos que conviven con el polvo, el tránsito y el sol inclemente. Nada especial a primera vista. Allí almorzamos comida sencilla, de sabor conocido, y bebimos una cervecita sin apuro. No hubo discursos ni nostalgias declaradas, pero todo estaba allí: el tiempo compartido, el oficio común, la amistad que no necesita explicarse. Fue en ese momento —entre el plato servido, el polvo suspendido en...