E l nevado blanco, inmenso, altivo que lucha con hidalguía inquebrantable, contra las fauces grises de las oscuras rocas que se abren paso con el calentamiento global. Sí señores el gran Yerupajá, y sus hermanos Jirishanca, Toro, Rasac, son las insignias del alma, del espíritu, del sentimiento, de la sabia y de la cultura chiquiana. No hay símbolo mayor que aquel, ese nevado nos une, nos abraza, nos llama, nos convoca a no caer en los obscuros espíritus del rencor, la envidia, la ignorancia y la soberbia. Su blancura debe ser la puerta del encuentro, del acuerdo, del diálogo crítico y sabio. Es por esa puerta que el documental de Carlos Oro, nos presenta a Chiquián. Y desde dentro de esa mansión natural, surge nuestro segundo símbolo, inamovible, auténtico, de carne y hueso. Su carácter frío, decidido, seguro no podía ser distinto a su APU el Yerupajá, ni su alegría y galantería distintas al clima cálido de Timpoc, Conai o Llamac; ni su voz menos cadenciosa y nítida que su Rio Aynin,
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