MENTE SANA CAMINANDO SANO



Había ido múltiples veces al médico, y al revisar los resultados de sus análisis, la conclusión siempre era la misma:

—Camine al menos 30 minutos diarios.

Parecía una tarea sencilla. Pero como científico, su trabajo había sido mayormente sedentario: horas sentado en su oficina, en su casa, o desplazándose siempre en auto. Hasta para ir al barbero usaba el carro. El automóvil, más que herramienta, era ya una extensión de su cuerpo.

Una mañana, mientras trabajaba desde casa en modo virtual —pues ya se había jubilado—, se levantó de su escritorio a las 12:30. Le dolía la espalda. Caminó unos pasos y, como aún faltaba una hora para el almuerzo, se dijo: "¿Por qué no caminar aquí mismo?"

No le agradaba salir a la calle a paso rápido, y menos aún al parque, que quedaba a dos cuadras. Le molestaban los canes sueltos, y no le entusiasmaba usar ropa deportiva en público. Sin embargo, admiraba profundamente a quienes salían todos los días a caminar, a cualquier hora, con una regularidad que parecía sencilla… pero no lo era.

En el segundo piso de su casa tenía tres habitaciones conectadas en forma de L. Allí, en su oficina, instaló su “circuito”. El recorrido total era de unos doce metros. Al fondo, un televisor de 55 pulgadas lo acompañaba. Se cambió de ropa, se puso su buzo, marcó 15 minutos en el cronómetro, y comenzó a caminar con paso firme, ida y vuelta, a veces en retroceso, como en los entrenamientos que hacía cuando jugaba fútbol en la universidad y en su pueblo natal.

Al llegar a los 15 minutos, ya sentía el calor del ejercicio y el primer sudor. El cronómetro vibró y volvió a marcar: 15 minutos más. Siguió caminando hasta completar la media hora. Luego hizo ejercicios de torsión, con los brazos tras la nuca, girando el tronco a cada lado. También hizo sentadillas tipo rana. Repitió cada rutina tres veces. Todo sumó 45 minutos. Descansó cinco, y fue directo a la ducha.

—¡Espectacular! —se dijo, satisfecho.

Repitió esa rutina tres veces esa semana. Luego, como suele ocurrir, la abandonó. Dos semanas después, quiso retomarla, pero esta vez sin cambiarse de ropa. A las 10:30 marcó el cronómetro y comenzó a caminar, con la televisión encendida. Al llegar a los 15 minutos, ya sentía el calor corporal. Se detuvo, hizo los ejercicios de brazos y cuclillas, y ahí terminó.

Alrededor de las 12:30 repitió la sesión. Así, sin sudar tanto ni requerir ducha inmediata, logró acumular los 30 minutos recomendados. Esta fórmula la mantuvo durante cinco días, y ya se sentía más ligero. Cada dos días, volvía a su rutina completa con buzo y ducha incluida.

Orgulloso, se dijo para sí:
—He logrado lo que el médico me recomendó.

Pero no solo eso. También agregó beber agua con más frecuencia. Total, estaba en casa: ¿cómo no hacerlo?

Pasaron diez días y ya notaba los cambios. El pantalón no ajustaba en los primeros agujeros de la correa, y su cuerpo se sentía más liviano. Aunque aún no ha regresado al médico para nuevas pruebas, quiere completar un mes con esta dinámica. Lo importante es que, por fin, había encontrado una forma adaptada a su realidad, y que podía sostenerse en el tiempo.

La experiencia le enseñó que cuando hay voluntad, siempre hay maneras. Se pueden suplir el clima frío, el peligro de la calle, la incomodidad de la ropa deportiva o la falta de tiempo. Todo se puede ajustar si hay decisión y claridad del propósito.

Las acciones repetidas se convierten en hábitos. Los hábitos en creencias. Las creencias en cultura.

Eso es lo que él desea ahora: instalar buenos hábitos, creer en ellos, y vivir según una sencilla pero poderosa consigna: Mente sana caminando sano.

 

La Pluma del Viento

Lima, 6 de junio de 2025



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