NACÍ EN EL ANDE
Todos tenemos un origen: es el
lugar donde nacemos, donde se impregnan los latidos del entorno en cada gota de
nuestra sangre. En nuestras neuronas se graban las sensaciones profundas del
universo; también, nuestros sentidos se nutren de sus colores, de sus sabores…
hasta el viento que trae el mes se vuelve propio desde que nacemos.
En aquel lugar, mis primeros
hálitos sintieron el aire fresco y claro que venía de los prados verdes y de
las nieves de la cordillera. A través de las paredes de mi dormitorio, oía el
goteo del rocío que cobijaba los alfalfares nutritivos.
En mi tierra, situada a 3350
msnm, cuando evoco mis inicios, siento que me formé amante del silencio,
admirador de la naturaleza, y del canto de las aves que acompañaban mis
caminatas cotidianas hacia los campos, al encuentro de becerritos, vacas y
pasto matinal; eran mañanas plagadas de alegría y paz.
¿Cómo no amar los poemas, si
todos los días escuchaba el canto de ruiseñores, el cariño de la lluvia que
abrazaba nuestras calles, y el silencio amoroso de parejas ocultas bajo las
pálidas luces eléctricas?
¿Cómo no amar los números, si
en cada ordeño teníamos que contar cuántos litros de leche daba cada vaquita, o
cuántos becerritos faltaban por acorralar? ¿Cómo no amar el tiempo, si contaba
los minutos de la madrugada para levantar a mis amiguitos y llegar puntuales a
las misas de gallo?
¿Cómo no amar los estudios, si
nací en la tierra de maestros? Ellos nos impregnaron el gusto por los libros,
por organizar y analizar textos, y por comunicar la esencia de nuestro ser.
Pero si no eras un niño ágil,
no podías caminar sobre las pircas hechas de piedras frágiles, ni andar por los
senderos inclinados llenos de cascajo. Por eso, desde pequeños, desarrollamos
habilidades físicas que luego los lucimos en prácticas deportivas en la
universidad y en el trabajo.
Nada más representativo de mi
lugar de nacimiento en el Ande que su héroe mayor, quien murió buscando
justicia y dignidad para los que menos tenían. Entonces, ¿cómo no amar la
libertad, y querer a quienes queramos… pero no a cualquiera?
¿Cómo no amar a los amigos, si
en mi terruño la infancia no conocía barreras para entrar a las casas,
compartir juguetes, y disfrutar de los manjares de nuestra cocina generosa y
humeante?
¿Cómo no amar los números, las
letras, el canto y la naturaleza, si en nuestra escuela rutinariamente cantábamos,
actuábamos, tocábamos instrumentos, cuidábamos almácigos, criábamos aves, y
compartíamos talleres de mecánica, carpintería e industria? Aprendimos que el
saber está unido al hacer, que los saberes nativos se complementan con los
universales.
Cuando recuerdo dónde nací, veo
que todo está unido: el aire, las colinas, las calles, la gente, las lluvias,
las nieves, los rayos y el hermoso arcoíris. Por eso estamos comprometidos con
una naturaleza limpia, una tierra sana y una amistad alegre, que cante a la
vida, al sentimiento y a la cultura.
¿Cómo no ser así, si nacimos
en el Ande?
La Pluma del Viento
Lima, 10 de junio de 2025
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