Huellas Por Oro Puquio

En la tarde del sábado, mientras la fiesta del cortamonte concentraba a la gente en la plaza de armas, la nostalgia por los años idos de la infancia, me empujó a caminar hacia el puente Cantucho, lugar representativo del barrio de Oro Puquio, pasé delante de la casa de mi tio Beto (Núñez), nuestro recordado sanitario, que en su haber tiene haber salvado muchas vidas, pero también de haber cazado otras.
Portal de ingreso de la casa de mi tío Beto y tía Alicha, lugar especial para el Pari.


Linda foto de don Beto como cazador. Foto tomada a la foto de la casa fotográfica de la calle comercio con su permiso.

La acequia que cruzaba la vía estaba cubierta de cemento (canalizada) y no había más rastro de aquel recordado puente.
El puente Cantucho, estaba por ahí, la canalización lo desapareció.

Parado sobre la esquina miraba, la páginas empolvadas de mi niñez, cuando con mi primo Edgar (hijo de don Beto), corríamos tras los becerros para llevarlos hacia el corral de su abuelita doña Ticucha donde sacábamos leche.

Como todo había cambiado traté de ubicar el puquial, era difícil, construcciones por todos lados, por suerte apareció una señora con su fajo de shogla bajo el brazo, me acerqué a preguntarle si conocía el puquial de Oro Puquio, ella era la señora Ernestina Abarca, muy conversadora me dijo que había vivido mucho tiempo en la puna, cerca a Tinya, caminamos pocos metros hasta la esquina desde donde me señaló el lugar del puquio, casi indistinguible.
Al fondo el puquial de Oropuquio, todavía vive.

Con la mente retrocedida décadas, pisaba con calma, casi buscando mis huellas, a cada paso, volvía a los lados para reconocer los caminos, algunos todavía se mostraban como antes, con mezclas de modernidad, como aquel que nos llevaba a a cochapata, hacia el reservorio de aguas turbias, donde muchas veces nos bañábamos y jugábamos a tarzán.
Camino hacia cochapata, mezcla de antigüedad y modernidad.

Me acerqué como incrédulo, habían transcurrido casi 45 años desde aquéllas épocas de mi niñez, y, el puquial todavía seguía virtiendo sus aguas, pocas, pero suficientes para devolvernos la alegría de saciar nuestra sed de memoria, de nostalgia y de alegría por el reencuentro con nuestras raíces.
Lima, 20 de Febrero de 2008

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