EL FUTBOL Y LA VIDA (Tradición religiosa)



2. El futbol y la tradición religiosa

En los pueblos del interior del país, la religión está inmersa en todas las actividades cotidianas. Así, en Chiquián, desde niños nos enseñaban a participar en las actividades religiosas según la edad, las fechas y los ritos correspondientes. Los domingos nuestras madres nos preparaban para asistir a la misa matinal bien aseados y con ropita limpia y apropiada. Cuando llegábamos a los 10 años, nos preparábamos para la primera comunión en las charlas dominicales del catecismo, que se solían dar en la iglesia antigua y oscura. Si se avanzaba en el curso y había dedicación se podía ser acólito del padre, lo que te permitía acompañar las misas para ayudar con los utilitarios de agua, vino o campanilla, y también a cargar objetos que acompañaban las procesiones, unas veces se cargaba una especie de estandarte que iba delante de ellas o algunos menesteres del párroco; los hábitos eran distintas según la edad, rojo para los menores y negro para los adolescentes. Las actividades de mayor recogimiento eran durante la semana santa, asistíamos acompañando a la madre a los rezos entre las 6 y 7 de la noche, y su pico llegaba en las dramáticas procesiones del santo sepulcro y la madre dolorosa. Los momentos más festivos eran la semana de las misas de gallo en el mes de diciembre por motivos de la navidad.



Una anécdota que suele contar mi madre, y refleja nuestro temprano involucramiento con la religión es que cuando solo tenía 3 añitos, y viendo que venía la procesión por la calle principal de El Comercio, subí a la urnita que había en la sala con varias imágenes de santos, tomé la correspondiente a San Martin de Porres, la efigie no era mayor de 40 centímetros, salí con ella hacia la calle, y esperé en la esquina, cargándola sobre mi hombro, tal cual venía la procesión sobre un anda. Cuando llegó a la esquina de mi casa, el anda se detuvo y los cargadores lo depositaron al piso, lentamente, el público acompañaba por los dos lados sobre las veredas, con la banda de músicos en la parte posterior. La gente observó que también el niñito descargaba desde su hombro la efigie y lo depositaba al piso también muy suavemente, luego cuando el anda se iba a levantar y avanzar nuevamente, los cargadores hacían movimientos lentos para llevar al hombro, igualmente el niñito tomaba la efigie y lo subía con esa misma demora y paciencia, seguro que era un deleite para el público, ver la solemnidad de como lo hacía, pero también cuenta mi madre y mis hermanas que lo veían con cierta vergüenza e incomodidad, no solo porque era una innecesaria exposición de su hijito o hermanito, sino también porque la efigie tenía el rostro medio quemado producto de algún incidente provocado por una vela, con esfuerzo lo convencieron para que desista de continuar cargando su "anda".

En lo relacionado al deporte, la actividad religiosa principal era durante la fiesta patronal de Santa Rosa, en el mes de agosto, el día central el 30. En las dos últimas semanas se jugaba un campeonato corto de 4 equipos todos contra todos, con la finalísima el primer día útil del mes de setiembre, día en que en ese mismo campo (Jircán) se realizaría la primera corrida de toros. Así que el pueblo mas los visitantes venidos desde Lima, para la fiesta, concurrían a este partido, en la mesa de honor se lucía el impresionante trofeo donado por el consejo provincial. Las bulliciosas barras colmaban las “palinkas”[1], las bandas de músicos también competían, porque era usual que los funcionarios sea el Capitan, o Inca o mayordomo, llevaban sus bandas para alentar a su equipo, este partido final extremadamente competitivo se realizaba en un ambiente de fiesta. Las avellanas, serpentinas, pitos y vítores, subían al cielo azul, dando el recibimiento apoteósico a los equipos cuando entraban al campo. Finalizado el juego, el trofeo era lo más preciado por los equipos, no era necesario algún dinero, pronto se luciría en la vitrina de su historial. La grandeza de los equipos se contaba, por el número de trofeos ganados en la fiesta patronal, la fiesta de Santa Rosa de Chiquián.



Con el trofeo en la mano se iniciaba el recorrido huayllishando[2] acompañados de la banda de músicos por la calle principal, camino hacia el local del club ganador, entonando el himno del club, allí los esperaban los asociados y los regalos, para continuar la fiesta. En mi caso jugué por los dos equipos clásicos de Chiquián, el Cahuide y Tarapacá, pero no pude campeonar con ninguno de ellos. En la primera vez que jugué, asistí por el año 76 o 78, íbamos muy apertrechados, con los uniformes completos, incluso busos, muy caros, todo eso donados por un afiliado a este club un empresario de mucho dinero. En esa oportunidad cuando iniciamos el campeonato el debut fue espectacular ganamos al rival de turno; para el segundo juego nos tocaba el rival clásico, Tarapacá, en la noche previa fui a caminar por barrio arriba, lugar donde este club tenía mayoría y era su sede, cuando pasé por una de las cantinas oscuras con olor a alcohol, serían como las 3 de la mañana, allí observé que muchos de los jugadores del club estaban en una “bomba” infernal. Algunos se amanecieron, consecuentemente, durante el juego no podían ni correr, perdimos, en el equipo rival jugaba mi hermano Uli, que campeonaron de manera espectacular.



De ese partido guardamos un recuerdo muy grato ambos, se trata de una foto impresionante. Ocurre que mis hermanas vivían en Chiquián, nosotros íbamos desde Lima a reforzar a estos equipos, él jugaba de defensa y yo jugaba de volante, seguro que en más de alguna oportunidad nos enfrentábamos en el campo, así que mi hermana deseosa de tener un recuerdo encargó su cámara a un amigo que podía estar más cerca al campo y a las jugadas, él era Vladi[3]. Después del campeonato volvimos a Lima, el revelado del rollo tardó algunos meses, fue una grata sorpresa para ella mientras las miraba, era un encuentro entre los dos, un foul de Uli a Acucho, cuenta ella que ocurrida esa falta desde la tribuna la gente le reclamaba al arbitro, “no lo castigues es su hermano”, ella sabedora de este hallazgo cuando nos visitó en Lima, durante las vacaciones de verano, nos regaló esa foto, y la verdad fue todo un regocijo en casa, desde aquella vez esta foto se ha convertido en una postal de la familia, pues registra nuestro paso por ese difícil campo de Jircán de tierra y piedrillas a 3350 msnm, vistiendo los colores de los dos equipos más históricos de Chiquián. Si comparamos con los estadios actuales de grass perfecto, nos repetimos siempre que seguro hubiéramos jugado en cualquier equipo de mundo, ambos habíamos salido de ese pequeño y querido barrio de agocalle.


Continua …………..

Lima, 25 de Junio de 2018



[1] Palinka, es una palabra quechua en Chiquián llamamos a las tribunas hechas de parantes de madera, que se montan para ver las corridas de toros.
[2] Huayllishar, es ir tomados de los brazos, bailando, avanzando al compas de la banda de músicos, que toca el himno del club, delante de ellos van los lanzadores de avellanas, les esperan el local del club los simpatizantes y los agasajos que usualmente son cerveza y chinguirito.
[3] Vladimiro Reyes Gamarra, periodista chiquiano logró tomar la foto con una cámara muy sencilla, la habilidad fue del fotógrafo, que nos sorprendió y nos regaló una imagen que resume nuestra entrega por el futbol de nuestro lugar de nacimiento.

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