Un abrazo con codos


En esta Lima gigantesca en tiempos de pandemia los mayores casi no salen de sus hogares, permanecen sentados horas y horas frente al televisor, sin mirar la luz solar, ni pararse sobre un gras y mirar árboles, menos estar cerca de animalitos. Las casas se han convertido en pequeñas cárceles. Por ello, hoy en medio del sol casi veraniego, tomé el vehículo y salimos a visitar de manera sorpresiva a un hermano. Que suerte que vive lejos así el tiempo no fue tan corto y nos permitió conversar, mirar las diferencias que tiene esta Lima. Calles repletas de vehículos aún en domingo, hermosas vistas del acantilado cerca al mar, y la infinidad de deportes que se han asentado a lo largo de la playa costa verde. El mar es un amigo dadivoso, te lleva al infinito de tu interior como si las olas pertenecieran a tu memoria, allá a la distancia divisas a tu madre cuando sentados el el restaurante almorzamos la última vez, y también cómo con toda la familia muy jóvenes veníamos a la arena a disfrutar del mar. Mientras manejaba a velocidad moderada debajo de gaviotas que te vigilaban desde lo alto de los postes y de rato en rato te saludaban con un chorrito, poníamos la música peruana que a esa hora del medio día acompañaba nuestros sueños del viaje del reencuentro con nuestros familiares que desde el origen del universo nos hablaban con el lenguaje de las olas. A mi sobrino que siempre está listo, le dije salud y con la cervecita chica de botella de nombre alemán, levantamos la mano como diciendo qué bueno haber salido de la casa junto con mi hermana que se ha convertido en la madre de la casa. Ella labora fuerte para mantenernos al día con los alimentos, entonces era justo y motivante salir en viaje a la casa de nuestro hermano y sorprenderle, la veremos en vivo a la pequeñita nietecita que la hemos visto crecer rapidísimo durante la pandemia. Nos decidimos a visitarla porque necesitamos vernos, tocarnos aunque fuera con los codos, decirnos que nos queremos, que nos extrañamos y brindar porque todavía sobrevivimos y nos tenemos que cuidar mucho más porque el amanecer está pronto.  Antes de llegar a la meta, mi sobrino que iba en el asiento posterior me tomó una foto y envió a la casa de mi hermano para decirle que ya estamos por llegar. Y que esa sorpresa no fuera tanta como tocarle la bocina en su puerta. Pero  no dio respuesta, seguro que por seguridad no llevaba consigo el celular. Así que realmente fue sorpresivo cuando el vehículo se estacionó a pocos metros de su puerta, hasta donde permite el acceso por esa calle, porque una valla metálica lo impide , en estos tiempos hay que protegerse por su cuenta. Me detuve y descendieron mi hermana y sobrino, les dije que tocaran la puerta, mientras cuadro el vehículo. Así que en unos minutos estábamos juntos nuevamente, qué alegre uno se siente cuando de pronto ves en tu jardín externo a tus familiares, meses sin velos, y más aún la pequeñita que ya cumplió un año y se ha puesto muy hermosa. Al encuentro salió emocionado mi hermano, por supuesto salió con baterías heladitas, nos abrazamos con los ojos, luego de chocar los codos. ¡Salú querido hermano y familia!, en coro entonamos esa frase; en seguida repasamos nuestras anécdotas, desde Chiquián, vaquitas, mercado, agocalle, oropuquio, vaquitas, recordando a nuestros padres imprescindible, pero también, el cómo nos va en el trabajo, los cuidados a tener y a seguir apoyando a nuestro pequeño pueblo. Estuvimos como casi hora y media. Las fotos fueron inmediatamente compartidas al grupo familiar, los vieron desde diversos lugares dentro del país y extranjero. Los saludos llovieron, nos dimos arengas, palabras de regocijo, saludos a la pequeñita y a toda la familia. Nos despedimos luego de sendas fotos, que pasarán a la historia. Y, cuando la pequeñita junto a su madre (mi sobrinita), viaje por el mundo estudiando y  trabajando, dirá viendo este recuerdo. : Qué tiempos sería eso de solo saludarse con los codos. La visita de médico pasó y terminamos almorzando en el Bolivariano un poco tarde pero convencidos que hicimos una paseo nutritivo de familiaridad, repetimos el hábito de nuestro padre visitador disciplinado y a nuestra madre amorosa sinigual;  en unas semanas seguro repetiremos el viaje a otro hogar, para abrazarnos con los codos y la infinita ternura de nuestras mentes que traerán copos de nieves desde el Yerupajá al mar en un santiamén. 

Salud familia.


La Pluma del Viento

Lima, 12 de diciembre de 2021




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