NUESTRA MEMORIA UN LIBRO ABANDONADO
Nuestra memoria nos pertenece de manera muy personal. Acumula alegrías pero también tristezas. Viene a nuestro auxilio con más claridad cuando nos encontramos solos, o distantes de alguien o del lugar que amamos. Ella se convierte en fuente de sabiduría. Sin embargo, como no frecuentamos la soledad, el silencio, sea porque no tenemos esa oportunidad, o porque trabajamos 10 horas, vemos TV 2 horas, comemos 2 horas, conversamos 2 horas, leemos 1 hora y dormimos 7 horas; no nos damos esos momentos de confrontación con nuestra memoria y con ello perdemos mucho de su valía. El libro de nuestra vida, de la vida para generalizar, está allí. Eso lo entendieron hace mucho tiempo, y lo practican como cuestión natural, cultural, los orientales, los hindúes bajo la denominan de MEDITACION.
Así, el libro de nuestras experiencias de vida de 80 o 50 o 20 años radica en nuestra memoria, de la misma manera que cada fin de año las organizaciones presentan sus Memorias Anuales, conteniendo la información relevante de la gestión que finaliza. Lo que observamos, en la gran mayoría, es que nuestra memoria particular, la usamos poco o casi nada. Algunos por su profesión la explotan mucho más, es el caso de los escritores. Generalmente ellos construyen sus mejores libros hurgando en su memoria. Es el caso de Los jefes de Vargas Llosa, Los Ríos Profundos de José María Arguedas, Los Heraldos Negros de César Vallejo etc. Obras maravillosas que admiramos y muchas veces nos identificamos.
Pero nuestra memoria no solo se nutre de lo vivido hace 50 años o más, también se integran las vivencias de hace pocos años, del presente año, del mes, del día a día. Por eso cuando abrimos el libro de nuestra memoria, los acontecimientos del día de ayer se mezclan con los ocurridos en la infancia, adolescencia o adultos. Y, con eso, construimos historias integradas que por su consistencia y coherencia son enseñanzas que se han validado en esos periodos 15 o 30 o 50 años. Y precisamente por eso son enseñanzas que merecen compartirlas.
Allí aparece la esencia de la naturaleza humana que es nuestra vida, las regularidades que observamos muestran sus aspectos inmutables. Y, que a pesar del tiempo, y las transformaciones ocurridas, prevalecen y valen todo el tiempo: antes, hoy y después. Estas regularidades, son casi “leyes universales” que se manifiestan en cualquier lugar y tiempo. Observadas en el laboratorio de nuestra vida y validadas en 40 o 50 años o más de experiencia. Ahí radica lo valioso de compartir nuestras memorias. Compartamos, regularidades, caminos, trillas, por donde el ser humano, que aún no transitó debería hacerlo, a fin de alcanzar mejor futuro, moral e integral. Este camino es el mismo que siguieron las grandes obras, desde los griegos, hasta los judíos. La biblia es un libro de esta categoría.
A pesar de esa valía, ¿cuánto de nuestra memoria sabemos?, ¿cuánto de ella la usamos? La respuesta es contundente, poco o casi nada. Simplemente porque no tenemos la cultura de la reflexión, de la meditación, de buscar el silencio, aprovechar la soledad; propiciar espacios de encuentro con nuestra memoria y luego transmitirlas, contarlas, escribirlas y compartirlas. Esta es una tarea que debe incorporarse en la educación. La reflexión y la comunicación.
Desde pequeños deberíamos aprender a comunicar nuestras experiencias de vida. Buscando entrelazar el presente con el pasado y mirar qué es lo que se repite. Qué es lo que se mantiene. Y cuando hallemos algo, compartámoslo. Eso es valioso. Pero para compartir, necesitamos promover escritores, cronistas, espacios para escuchar y conocer las apreciaciones de generaciones pasadas. En fin, espacios para dialogar sobre experiencias del presente y el pasado.
No dejemos que se nos vayan ancianos sin haber compartido sus enseñanzas, busquémoslos, oigámoslos y reflexionemos. Ese es el camino a la sabiduría, es la demostración de respeto a nuestra cultura. Es hacer realidad el mensaje que “lo local es universal”. Es la vigencia y trascendencia de una “ley universal”, su independencia de la localidad y del tiempo. Es decir vale para el ser humano que vive en Chiquián como para el japonés, francés o alemán. Y si también valió para nuestros abuelos, vale para nosotros y seguramente valdrán para las futuras descendencias. Esto es lo que le da fortaleza y vigencia a las leyes de la física donde la conocemos como las simetrías espacial y temporal. Que también pueden aplicarse en ciencias relacionadas con el ser humano, como lo hemos mostrado ahora.
Esta reflexión surgió de mi visita a la fecha final del campeonato de futbol del CUHPB (Centro Unión Hijos de la Provincia de Bolognesi), donde se coronó campeón el Club Sport Cahuide de mi ciudad natal Chiquián, y pude reconocer el similar comportamiento de las personas, cuando hace 30 años, vestía , también, la misma casaquilla en campeonatos similares. Por eso mientras miraba y conversaba con amigos de siempre, traté de responder a las preguntas: ¿Qué es lo que se repite hoy de lo que fue hace 30 años?, ¿Qué buscamos las personas viniendo a estos eventos?, ¿Qué piensan los padres de sus hijos que vienen aquí?, ¿Qué motiva a las personas mayores continuar dirigiendo sus equipos?, ¿Qué les espera a los jóvenes que gustan de libar hasta el obscurecer?, ¿El dinero que se recauda a dónde va?. Las conclusiones a las que llegué, seguramente volverán a valer cuando de aquí a 30 años, retorne a mirar nuevos campeonatos. Y como algo inmutable, también, volverá a brillar la casaca roja y negra del Cahuide luciendo su cartel de campeón.
La Pluma del Viento
Lima, 12 de diciembre de 2009
La Pluma del Viento
Lima, 12 de diciembre de 2009
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