SALVENCE COMO PUEDAN



Los campos verdes del valle del Chillón y la aromática alfombra naranja de margaritas, a lo largo de la avenida San Juan,  era la puerta de entrada a las colinas estériles de las pampas de Huarangal, donde se erguía el acrofílico Centro Nuclear de Huarangal, RACSO, y su inexpugnable cúpula del reactor nuclear RP10.  Su inauguración había ocurrido el 19 de diciembre de 1988, durante el gobierno del joven presidente Alan García.  La crisis económica era impresionante, tanto que el salario de un trabajador con nivel de doctorado era no más de 100 dólares. Esta crisis había agudizado los conflictos en el interior del país donde el terrorismo sembraba pánico particularmente en la sierra, a mediados de los 80s. Sin embargo a inicios de los 90s los atentados empezaron a ocurrir en Lima, en los barrios de Miraflores o San Isidro. Por lo que los lugares preferidos para divertirse los fines de semana se habían trasladado al cono norte. La gente vivía en una creciente zozobra, las primeras planas de los diarios eran muerte, secuestros y destrucción. Los introvertidos y sapienciales trabajadores nucleares del IPEN ocupaban las sedes de Huarangal y San Borja. 

Corría el año 91, Fujimori, y el “shock” económico implantado habían devastado a la clase media. La pobreza invadió todos los lares. No obstante, la unidad de los nucleares reactoristas permanecía incólume.  Y, mantenían reuniones acostumbradas los fines de semana y aniversarios. Así, llegó el aniversario del carismático Agustín Z., deportista, sindicalista y fiestero. Sus aniversarios eran siempre bien esperados, pues, siendo el 7 de febrero,  mes caluroso, no había motivos para no asistir si había “chelitas-helenitas”, y comida gratis. Estas reuniones se realizaban, en su casa, el sábado siguiente a la fecha, que estaba ubicada en San Martin de Porres.  Aquel sábado, los operadores del reactor RP10 asistían como de costumbre a la operación, eran no menos de 10 personas. Esta vez, a ellos se unieron el jefe de División, el ingeniero César R., y su secretaria, que en esta oportunidad estaban muy dedicados sobre un proyecto importante para el reactor.  

Eran las 19 horas. “Terminó la irradiación, ahora, esperemos que enfríe el reactor” – dio la directiva el jefe de turno el ingeniero Rolando A. Y, continuó – “Victor (S.), quédate en la consola, Arturo (R.), va a hacer el último recorrido”. Así, los demás operadores, mantenedores y radioprotectores, continuaron en la consola y los otros fueron a sus oficinas a alistarse, para ir a la casa del aniversariante. Todo estaba planificado, el vehículo los dejaría en la puerta de la casa, y el chofer continuaría su  viaje al IPEN. Se estimaba llegarían a las 20:30 horas. El tocayo Agustín U., incentivó a los colegas toda la tarde, “esta noche somos Chiquián”, aludiendo al lugar de nacimiento del aniversariante.  

Cuando, todo iba bien y esperaban que se enfríe el reactor, de pronto el edificio se estremeció y desde la consola, Rolando, súbitamente se levantó exclamando, “balas, balas, balas”, con la voz entrecortada y trémula, continuó, “apaguen las luces y cállense”. Salió por la puerta, como yendo a las oficinas del tercer piso, para apagar las luces. En la consola se quedó solo Victor. En ese momento, voló por su mente todo lo que venía ocurriendo en el Perú y Lima, él era un joven ingeniero que venía del centro del Perú, y vivía en un cuarto por Piñonate; recordó a su madre, a su familia, y pensó que era el fin. “No puede ser que terminemos masacrados por los terroristas, estos en cualquier momento aparecen, y como suele ocurrir ellos comienzan ajusticiando a los jefes, pero finalmente terminan con todos”. Su amor de hijo a su madre, y a su novia que muy pronto se casarían, no era aceptado por esta suerte siniestra. Así que tomando valor, y teniendo el teléfono con línea libre, pensó: “voy a tratar de comunicarme con Agustín, por intermedio de él, mis familiares sabrán mis últimas palabras”. 

En el otro lado, en la casa del aniversariante, se les esperaba con cierta preocupación, por la tardanza de sus colegas de RACSO. Otros que estaban en la ciudad ya habían llegado. En eso suena el teléfono, y la madre contesta, luego va hacia su hijo, y le dice “Agustín, te llaman, urgente”. “Si, ¿quién es?”, Agustin pregunta. Y, desde el otro lado, una voz, temblorosa y apagada, contesta.  “Aaagustin, habla Victor de Huarangal, hermano, estas son mis últimas palabras, los terroristas están atacando el reactor, dile a mi novia y madre, que en mis últimos momentos las imágenes de ellas están presente, las amo y me llevaré sus recuerdos hasta la eternidad, chau”. Sin poder responder, y con el teléfono en la mano, intentó pedir aclaración, pero Victor había cortado. Cuando estuvo, nuevamente en medio de todos y quiso comentar lo sucedido. A la distancia se sintieron sonidos de explosiones, se miraron todos, y gritaron, “Agustín, tu televisor, préndelo, hay algo malo”. Efectivamente, las primeras noticias indicaban que los terroristas habían atacado varios puntos de la ciudad, entre ellos, el Banco Minero, la embajada de Estados Unidos y el local de Acción Popular en el centro de Lima, igual cosa había ocurrido en Miraflores. Cuando, se enteraron de la llamada de RACSO, los presentes del IPEN, quedaron atónitos, esperando más detalles, y abriéndose una tensa calma. “Radio programas no dice nada de RACSO, si hubiera habido ya habrían comunicado”, alguien sentenció.  

Pasadas tres horas, como a media noche, se aparecieron los colegas de RACSO, en la puerta, 3 de los 10 que se esperaban. Entonces, ellos contaron lo sucedido. Rolando, el cholo recio, comentó que, “la dotación policial le había comunicado al jefe de la División, que era inminente el ataque terrorista. Y, que, ellos no tenían la dotación suficiente, por lo que solo van atrincherarse para protegerse, y que hiciéramos lo posible por salvarnos”. “Cuando salí de su oficina, me dijo casi temblando, hay un ataque terrorista y sálvense quien pueda”. “Entonces volví y les dije eso, añadiendo que usaran el secundario, no creo que allí lleguen”. Dicho eso desapareció, y todos caminaron hacia donde pudieron. Luego, continuó, “como avanzaba el tiempo, ya casi una hora después de los disparos y no teníamos adicional ruido, salí, del escondite. Llegué a la consola y encontré a Victor que, temblaba”. “Tomé el teléfono y llamé a la guardia, y me respondieron que, ya todo pasó”. “comencé a llamar a todos y luego de adicionales consultas del jefe, se supo finalmente que en realidad nunca había habido un ataque, las ráfagas fueron disparadas por los policías, porque habían recibido información de inteligencia que una columna de sendero luminoso se dirigía hacia Carabayllo”.  Terminado los comentarios, con la sensación de incomodidad por nuestro Perú que se desangraba, y repuestos porque no había pasado nada con nuestros colegas, continuó la fiesta hasta el amanecer, comiendo y bebiendo doble porque había habido ausencias. 




La Pluma del Viento

30 de enero de 2020

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