EL PONCHO ROTO
El fuerte sol
del mediodía, decaía frente a la incipiente tarde, con ello los colores fuertes de
la mañana cambiaban en tonalidades, generando un paisaje de cuadros cuzqueños
de pan de oro. Los estudiantes del seminario venidos desde diversos lugares de Ancash,
portaban en su ser y hacer sus costumbres que relucían en todo momento. Esta
vez volvían del comedor hacia las aulas para iniciar los estudios de la tarde,
tenían como 45 minutos de descanso.
Como todo joven cuando se anda en grupo, es
un deleite o una característica humana, los
retos y desafíos. En aquel año 1967, el Seminario San Francisco de Sales, tenía
30 alumnos (entre el 1º al 5º). Los más numerosos eran, los de Bolognesi (10),
y los del Callejón de Huaylas (8). De ellos entre los menores (1º a 3º),
Chiquián y Yungay tenían el mayor número 6 a 6. Así que, cuando el grupo se
reunía para hacer deporte y travesuras, los desafíos afloraban sea: fulbito,
cantos, escondidas, ping pong, e incluso hechos sorprendentes, como el que
vamos a narrar.
El campo verde de grass bien cuidado separaba el comedor (dentro del predio donde
moraban los padres) al de las aulas y dormitorios (donde residían los alumnos),
mientras caminaban, y como había tiempo todavía, se sentaron al pie de uno de
los inmensos árboles de pino, para protegerse del sol y seguir conversando; eran tres de Chiquián, dos de Yungay y uno de Mancos. En eso a unos 20 metros
en el centro del gran jardín, estaba una de las tres vacas que vivían en los
terrenos del seminario. Estas vacas solían criarse al aire libre pero lejos de
los ambientes de los padres y alumnos, de modo que su presencia aquí no era usual.
Esta
vaquita de colores negro y blanco, tipo holstein, por razones de “entretenimiento”
había sido molestada por los chiquianos amantes de las vacas, y casi estaba entrenada
para cornear (hacerse brava). Pero como el
lugar usual de la vaquita era distante a las aulas, estos “ejercicios”, lo
hacían después de clases, o fines de semana, llevando sus “capas” (ponchos).
Entonces,
estando la vaquita, blanqui-negra, por estos lares y siendo inusual, Acucho
sorprendió a todos, como, cambiando de
tema:
- - Miren muchachos, allá está la
vaquita brava, que tal si hacemos un reto, Chiquián vs Yungay, quien la torea.
- - De acuerdo hagamos el reto,
pero primero traigamos las capas, y rápido antes que la vaquita se vaya.
Estando todo el
grupo bajo el árbol y ponchos escogidos, Edgar, de Chiquián, planteó:
- - Hagámoslo con parejas, van y torean,
quién dura más, gana. Los demás nos quedamos aquí para la siguiente ronda.
Momento oportuno para que la vaquita con los cachos medianos se le fuera
encima. El torero haciendo lo que pudo, le tiró el poncho sobre la cabeza,
cubriéndole los ojos. En esa confusión el torero aprovechó para deslizarse casi
rodando hacia el árbol y protegerse. En esos escasos segundos, los demás
amigos quisieron espantar a la vaquita, ella desesperada, sacudió la cabeza tratando de sacarse el poncho, pisó un extremo mientras que uno de sus cachos
entró a la boca del mismo, y de un tirón rompió completamente el poncho. Luego salió corriendo camino a su feudo que distaba unos cientos de metros.
Unos fueron hacia Acucho para ver cómo estaba, solo Gela fue hacia
el poncho. Allí, Alex exclamó casi llorando:
- - No, no es así, mi mamá va a
saberlo, antes, ella seguro que va a soñar lo que pasó. Ella soñando sabe todo.
No aceptaba la
recomendación. Como la hora
avanzaba, y se iniciarían las clases de la tarde, todos desaparecieron, dejando a
Alex con los retazos de su lindo poncho chiquiano.
La Pluma del Viento
Lima, 04 de marzo de 2020
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