EL NIÑITO JESÚS PERDIDO EN LA NOCHE BUENA

 

La casa está arreglada con diversos adornos de navidad. En la puerta de entrada, cuelga una gran botas de papá Noel. En las paredes del pasadizo penden cadenas doradas con campanitas, estrellas y trompetas. El mantel de la mesa del comedor también tiene los colores de la navidad. El nacimiento está en la esquina de la sala repleto de animalitos, rodeando la cuna del niño con José, María y los reyes magos. Al costado del nacimiento está como siempre el hermoso arbolito plagado de pendientes muchos traídos de viajes al extranjero, son inacabables. En la parte baja reposan algunos regalos, que se abrirán cuando la familia vuelva y los nietos irrumpan con su bullicio de hordas atilienses. 

Son las 10 horas de la noche, se fueron todos a misa, estoy viendo TV. Durante la propaganda me aproximé al nacimiento, vi que no estaba el niño Jesús, ¡Ah, es mi madre que a sus 85 años, sigue con su costumbre de llevar el niñito a la misa para su bendición!. Ella camina unas 6 a 7 cuadras ayudada de su bastón, mantiene una puntualidad admirable. Ella siempre está a la hora en cualquier actividad que la iglesia o su grupo parroquial realizan. Ahora va acompañada de mi hermana.

Mientras recorro los adornos del nacimiento me vuelve a la mente una anécdota que ocurrió, hace unos 25 años en una noche similar a la de hoy del 24 al 25, la Noche Buena. Mi padre, como de costumbre muy puntual, se adelantó a la iglesia, quería sentarse en las primeras bancas, en un lugar preferencial para asistir a esta ceremonia especial. Él se había convertido en un creyente ejemplar, el párroco lo reconocía así.

Ese día mi madre se demoró un poco, pues debía asegurarse de la comida, y los otros preparativos. Se había adelantado mi hermana, seguramente le separaría un lugar en la iglesia. Salió con preocupación por la hora, pero cuidándose de llevar a su niñito sobre una pequeña colchita bordada con hilos dorados, sobre la que reposaría en su cunita en el nacimiento después de las 12. En la iglesia se sentó cerca de mi tía Sholly, su hermana, que vivía y vive a unas pocas cuadras de la casa. El ambiente de la misa era especial, todos seguían la solemne ceremonia con mucha devoción y atención a las palabras del padre y acompañaban con emoción los cantos del bien afinado coro, nadie quería perderse un solo momento. En ese ambiente, el padre invita a los fieles a llevar a sus niñitos hacia el altar para darles la bendición. Era uno de los momentos más esperados, por mi madre, pues llevaría en su niñito la bendición de la navidad a su casa.

Cuando mi madre decidió salir de la banca hacia el pasadizo para recibir la bendición se dio cuenta que su colchita estaba vacía no estaba su hermoso niño, era el regalo de su hijo mayor médico, que lo trajo de Ayabaca—Piura al finalizar su SECIGRA, también le había comprado los misterios del nacimiento, diríamos unos 5 años atrás. Casi al borde del llanto y desesperación exclamó, ¡Já, a donde está mi niñito Sholly”, su hermana atónita no tuvo tiempo para darle alguna respuesta, mi madre había estado tan concentrada en la misa que no notó la falencia, sin embargo recordó con certeza que sí lo había puesto sobre la colcha a la salida de la casa.

Sin mayor duda, con total decisión, se abrió paso por la banca y salió fuera de la iglesia a buscar a su niñito. Pero, a dónde podría estar, el recorrido era extenso, las calles, el parque, el pasaje, eran demasiados lugares donde podría haberse caído, y tal vez alguien lo encontró y se lo llevó, o al caerse se habría hecho pedazos. Todas esas interrogantes pasaron por su mente, pero su decisión de buscarlo era mayor. Al darse cuenta de la salida repentina, mi hermana, también le siguió, iba a unos diez metros atrás, tratando de asegurarse no le pasara nada, mi madre se encaminó hacia el parque, que estaba a una cuadra de la iglesia, su mirada no tenía rumbo definido simplemente seguía lo que sus pies la llevaban. Tal vez su plan era reconstruir la caminata desde la salida de la casa.

El parque que debía atravesar era un recorrido de unos 70 metros, las veredas que la cruzaban, estaban adornadas de cercos de plantas de granada podadas y flores rojas de geranio, estas rodeaban los múltiples triángulos de grama. La iluminación del parque no era alta, los focos dejaban suficiente luz para transitar, pero no para ver debajo de las plantas, allí todo era obscuro, se requeriría de una linterna para hallar algo. Mi hermana murmuraba mientras le acompañaba a la distancia, “que acabe la misa luego volvemos con más calma a buscarlo”. Mi madre contrariamente se desesperaba, no podía perder a su amado niñito, era un recuerdo muy valioso, y no podría dejarlo abandonado, lo sentía como a un hijito, pensaba que cuando la misa concluyera, la multitud de feligreses retornando a sus casas, de seguro que lo destrozarían si estaba caído en el piso.

Con todo eso en mente, cruzaba el parque con miradas caóticas, la desesperación aceleraba la respiración, obstaculizaba el raciocinio y las lágrimas que brotaban de los ojos obscurecían la mirada, en esas condiciones la búsqueda era cada vez más complicada. Cuando ya llegaba al final de la vereda diagonal del parque, se encaminaría hacia el pasaje, su ojos de manera fortuita se orientaron hacia la derecha, allí a unos ocho metros por la vereda lateral sobre el surco de granada de unos 80 centímetros de alto, observó a pesar de la obscuridad un objeto que le llamó la atención, se aproximó, cuando estaba a un metro reconoció a su niñito, que yacía echado tranquilo con los brazos abiertos, casi esperando el abrazo de su madre.

Casi ahogándose de emoción, levantó al niñito lo abrazó, y enjugando sus lágrimas de alegría, exclamó, “Chole, está aquí, lo hallé, bendito sea dios, gracias Jesús”. Mi hermana se acercó, la emoción también la desbordó, la abrazó a su madre y besándola le dijo, “vamos a bendecirlo, todavía hay tiempo, cálmate, toma el pañuelo límpiate las lágrimas”. “Si hijita, vamos, mi niñito nos ha dado el mejor regalo, vamos”. Sonriendo y rezando por su niñito, se dirigieron a la iglesia.

Ingresó mi madre con su niñito en la mano, el padre acababa de bendecir al último niño, cuando ya retrocedía para dirigirse al altar y continuar la ceremonia, un murmullo se escuchó en la iglesia, los fieles habían notado la presencia de una señora que caminaba presurosa con su niñito en sus manos, por el pasadizo central.

El padre preocupado volteó la cabeza y vio que era la señora Luzmila esposa de don Antonio, que caminaba presurosa hacia la bendición de su niño. “Claro es la señora Luzmila, siempre traía a su niñito, ya me extrañaba porqué no había estado”, reflexionó el padre mientras volvía con el agua bendita. Terminado de bendecir al niño el padre le murmuró, “después me cuenta porqué llegó tan tarde”“si padre es una historia muy linda”, dijo mi madre agradeciendo la bendición de su niñito.

Seguramente hoy, después de 25 años, mi madre volverá con el mismo niñito de esta historia que me vino a la memoria mientras veía el nacimiento, hecho con mucha ternura por mi hermana. 


La Pluma del Viento
Lima, 24 de diciembre de 2012

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